
Picotazo Político: Mexiquenses al grito de guerra
Atizapán, La Peste que Emana del Palacio Municipal
¡Citoyens!
Si creían que la podredumbre se limitaba a los grandes personajes, hoy la Guillotina Política les demostrará que la peste emana también de los municipios, directamente de los sótanos del poder local. Hoy, nuestro filo desgarra la impudicia que se respira en Atizapán de Zaragoza, un municipio donde la corrupción es tan descarada que se denuncia a gritos en Cabildo y se exhibe en las calles.
El alcalde, ¡Pedro Rodríguez!, se adorna con discursos de «honestidad» mientras su propia administración se descompone desde adentro. Y la prueba más irrefutable es el show grotesco que protagoniza su síndico, Leylany Arce Richard.
Esta «representante del pueblo» no solo se atrevió a acusar, en sesión de Cabildo y con la testigo presente, al tesorero municipal, José Ortega Ríos, de extorsionar a una empresaria por más de un millón de pesos, amenazándola con vínculos al crimen organizado. ¡No! La síndico, la misma que pide «investigar la corrupción», fue detenida en su propia camioneta con placas vencidas y, lo que es peor, ¡sobrepuestas! ¿El desenlace? Se identificó como síndico, hizo una llamadita, y se esfumó en otra camioneta, dejando la ley tirada en el asfalto. La ley es para los pendejos, pensarán estos. La impunidad, queridos ciudadanos, tiene nombre y apellido en Atizapán.
Y no contentos con la ópera bufa del tesorero extorsionador y la síndico delincuente, el propio alcalde, con cara de «yo no fui», presume la baja de 350 policías municipales por corruptos, por no pasar controles de confianza y por dar positivo en antidoping. ¿350, Citoyens? Eso no es una purga; es la confesión de que la corporación policial de Atizapán era, en sí misma, una banda criminal operando bajo el amparo del ayuntamiento. ¿Cuánto tiempo lucraron esos 350 esbirros? ¿Cuántas extorsiones, cuántos crímenes, cuántas vidas arruinaron bajo el manto de la autoridad municipal? ¡La respuesta es un silencio cómplice!
Pero la podredumbre no se detiene en los despachos. En la Central de Abasto de Atizapán, los locatarios denuncian cobros ilegales de estacionamiento y, cuando intentan buscar justicia, se topan con la misma corrupción enquistada en el Ministerio Público. La mordida, el abuso, la ilegalidad son el pan de cada día, y el ciudadano, como siempre, el cordero sacrificial.
Atizapán es el espejo de una clase política que ha normalizado la rapiña. Un alcalde con tres mandatos que no puede controlar la podredumbre de su propia casa, una síndico que acusa mientras delinque, y una fuerza policial que es un nido de víboras. No es un error; es un sistema. Un sistema que ha permitido que el municipio sea un caldo de cultivo para la corrupción, donde la ley se doblega al capricho del funcionario en turno.
La Guillotina Política lo sentencia: Atizapán no es un municipio en crisis; es un foco de infección que demuestra cómo el poder local, cuando no es vigilado por ciudadanos furiosos, se convierte en la fuente más asquerosa de la inmundicia política. Es hora de que la ciudadanía despierte y exija que el filo de la justicia caiga sobre quienes han convertido el servicio público en un acto de pillaje.
Con el acero de la razón y la furia de la verdad,
Robespierre.