
Reciben Bastón de Mando ministros electos previo a su toma de protesta
La reunión en China, con motivo de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OSC) con la presencia de 20 jefes de Estado y de Gobierno. La OSC está compuesta por China, India, Rusia, Pakistán, Irán, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán y Bielorrusia, con otros 16 países asociados. Es una alianza estratégica, aunada a los BRICS, por la influencia de China, Rusia e India, coloca en el debate internacional la disputa entre dos modelos de orden mundial. Por un lado, se observa un proyecto de cooperación y multipolaridad que busca cimentar nuevas estructuras de comercio, desarrollo y bienestar social; por el otro, se mantiene la lógica de un Estado policía depredador, encarnado en la hegemonía estadounidense, que continúa sosteniendo su poder a través de la militarización, las sanciones económicas y la supremacía del dólar. El liderazgo de Luiz Inácio Lula da Silva, al impulsar un rediseño financiero internacional más justo, abre una ventana para cuestionar los cimientos de la globalización neoliberal. En este escenario, resulta fundamental analizar no solo el papel de las grandes potencias emergentes, sino también la ubicación estratégica que países intermedios como México pueden y deben asumir en este proceso de transformación global.
El bloque BRICS, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y recientemente ampliado con otros países, representa más del 40 por ciento de la población mundial y una proporción creciente del PIB global. Lejos de ser una alianza meramente económica, constituye una apuesta política y geoestratégica que busca superar el dominio de Occidente en los organismos multilaterales. La reunión en China tuvo un carácter simbólico y práctico: consolidar la narrativa de que es posible construir un orden basado en el desarrollo compartido y la cooperación sur-sur, en lugar de la dependencia financiera impuesta por el dólar y las instituciones de Bretton Woods.
En este sentido, la propuesta de Lula da Silva cobra una relevancia particular. Al plantear un sistema alternativo de comercio y financiamiento que priorice el bienestar de las poblaciones, el mandatario brasileño intenta rescatar una visión progresista de la globalización, donde el crecimiento económico se articule con la justicia social. Frente a las políticas extractivistas, la desigualdad y las crisis recurrentes, los BRICS aparecen como un laboratorio de alternativas que, aunque aún incipientes, desafían el monopolio de los Estados Unidos y la Unión Europea.
Desde mediados del siglo XX, el dólar se consolidó como la moneda de referencia mundial, condición que le ha permitido a Estados Unidos proyectar su poder mucho más allá de sus fronteras. A través de este mecanismo, Washington ejerce control sobre las transacciones internacionales, impone sanciones financieras y mantiene la capacidad de sostener déficits fiscales inmensos sin desestabilizar su economía. Este privilegio exorbitante ha sido calificado por muchos economistas como una forma de colonialismo monetario.
Sin embargo, la centralidad del dólar comienza a resquebrajarse. La creciente utilización de monedas nacionales en los intercambios entre Rusia, China e India; las reservas estratégicas en oro; y la posibilidad de crear una divisa digital respaldada por los BRICS, son señales de un viraje en el sistema financiero internacional. La respuesta de Estados Unidos ha sido endurecer su política exterior bajo la lógica de un “Estado policía depredador”: bases militares, intervenciones, sanciones y una diplomacia coercitiva que refuerza su papel como potencia hegemónica armada, tanto de misiles como de dólares.
En este escenario, la figura de Donald Trump es reveladora. Durante su mandato y en su actual influencia política, Trump ha promovido un discurso nacionalista que busca “traer de vuelta los empleos” y reposicionar a Estados Unidos frente a China. Sin embargo, sus políticas proteccionistas se contradicen con la necesidad de sostener la supremacía del dólar en un mundo crecientemente multipolar. La guerra comercial contra China, los aranceles y las presiones diplomáticas no hicieron sino acelerar la diversificación de socios estratégicos de Asia y América Latina.
Trump encarna, en este sentido, una de las paradojas de la hegemonía estadounidense: un intento de blindar la economía doméstica mientras se recurre a la amenaza y a la coerción militar y financiera en el ámbito internacional. Esa tensión entre repliegue nacionalista y proyección imperial es una de las causas de la erosión de la legitimidad global de Estados Unidos.
El papel de México en este escenario mundial resulta decisivo. Por su ubicación geopolítica y su profunda interdependencia económica con Estados Unidos, México ha sido históricamente parte del radio de influencia de Washington. El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) refuerza esa integración, pero al mismo tiempo limita la capacidad del país de diversificar sus alianzas.
México se ha pronunciado por el valor de la política exterior que históricamente lo ha caracterizado y que hoy se rescata: el respeto a la no intervención y a la soberanía nacional. Sin embargo, esta definición convive con una realidad insoslayable: la dependencia económica respecto a Estados Unidos, que reduce los márgenes de autonomía plena. En este marco, la política exterior mexicana ha sido prudente ante las embestidas de Washington, como las amenazas de aumentos arancelarios o la pretensión de calificar como terroristas a ciertos actores, poniendo el énfasis en la colaboración y el diálogo para preservar los equilibrios.
En este contexto, el acercamiento a los BRICS debería ser una estrategia prioritaria. México posee un potencial económico, energético y cultural que podría contribuir a fortalecer un orden multipolar más equilibrado. La participación en mecanismos de cooperación financiera alternativos permitiría reducir la dependencia del dólar, mientras que el intercambio tecnológico con India, China o Brasil abriría nuevas rutas para el desarrollo.
La confrontación entre un proyecto de paz y desarrollo, impulsado por los BRICS, y la persistencia de un Estado policía depredador, encarnado en Estados Unidos, marca la principal tensión de nuestro tiempo. La reunión en China y la convocatoria de Lula da Silva para un comercio internacional más justo no solo expresan un deseo político, sino también una necesidad histórica: construir un orden que responda a las demandas de equidad, sostenibilidad y multipolaridad.
El dólar, como símbolo de la hegemonía estadounidense, comienza a ceder terreno frente a nuevas formas de cooperación monetaria y comercial. Sin embargo, el tránsito hacia un sistema multipolar no está exento de riesgos: la resistencia de Washington, la posibilidad de conflictos militares y la dificultad de articular consensos en un bloque tan diverso como el BRICS son factores que deben ser tomados en cuenta.
Para México, el desafío consiste en definir su lugar en este nuevo tablero. Permanecer atado de manera exclusiva a Estados Unidos implica seguir subordinado a una lógica de dependencia y coerción. En cambio, abrirse a los BRICS y a la construcción de un orden alternativo puede significar una oportunidad histórica de reposicionamiento global.
El dilema no es menor: o seguir bajo la sombra de un Estado policía depredador, o apostar por un futuro de paz y desarrollo compartido. La decisión será clave para las próximas décadas y marcará el destino no solo de México, sino de América Latina en su conjunto.