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CIUDAD DE MÉXICO, 12 DE MARZO DE 2017.- Con su primera máquina de escribir eléctrica, una Smith Corona, Gabriel García Márquez (1927-2014) se “encerró” durante 18 meses en la habitación de una casa de la zona de San Ángel para escribir “Cien años de soledad”.
Como lo explicó, en su momento, el propio Premio Nobel de Literatura 1982: “a mis 38 años y ya con cuatro libros publicados desde mis 20 años, me senté en mi máquina de escribir”, para empezar la que sería su obra cumbre.
Conocida es la leyenda de que la familia del escritor se dirigía a unas vacaciones en Acapulco cuando recibió como un rayo la idea de la novela y esto hizo que renunciara a los trabajos que tenía para dedicarse de tiempo completo por año y medio al texto de poco más de 500 cuartillas en su versión original.
También es conocido, porque el propio autor lo contó varias veces, que no se enteró de “cómo sobrevivimos Mercedes y yo con nuestros dos hijos durante ese tiempo en que no gané ni un centavo. Ni siquiera sé cómo hizo Mercedes durante esos meses para que no faltara ni un día la comida en la casa”.
En la actualidad, la casa que se ubica en la calle De la Loma, colonia Lomas de San Ángel Inn, es habitada por un matrimonio formado por un mexicano y una alemana que tiene dos hijos, y la habitación de marras, de unos tres metros cuadrados, es ocupada como cuarto para descansar y ver la televisión después de una jornada de trabajo.
El inmueble es de dos pisos con un pequeño jardín y el espacio que alguna vez tuvo una silla y un escritorio con la Smith Corona en la que el Premio Nobel pasó días enteros para contar la historia de la estirpe Buendía, actualmente es ocupado por un sofá de color café oscuro.
Iluminada por una ventana horizontal que da acceso al jardín, la habitación a la que tuvo acceso Notimex cuenta además con un pequeño centro de entretenimiento, bambús sobre un cesto, piso y puertas de madera, acompañado de un pequeño baño. Afuera, un perro que no para de ladrar.
En su interior también se encuentra un asiento de bebé para automóvil, cuadernos, libros, un balón de futbol americano, sombreros, juguetes, mochilas, entre otros accesorios, lo que contrasta con lo sucedido hace 52 años, cuando apenas se hallaban la soledad de Márquez, su máquina, su escritorio y su imaginación.
Fue Hosfita, una ciudadana de origen alemán y abuela de los niños, la que recibió a Notimex e invito a conocer el lugar donde se “cocinó” la que es considerada una de las obras maestra de la literatura hispanoamericana y universal, y una de las obras más traducidas a otros idiomas y leídas en español.
En una combinación de inglés, alemán y español, Hosfita se dio a entender como pudo, eso sí, con mucho gusto y alegría; incluso se dijo sorprendida de que en ese pequeño cuarto con paredes blancas “Gabo” escribiera la historia de los Buendia y el pueblo ficticio de Macondo.
“Aquí Gabriel García Márquez llegó, tomó estas dos puertas con sus manos y se encerró por un tiempo”, señaló la alemana con gestos, al tiempo que corrió hasta la parte alta de la casa para mostrar dos de las novelas antes mencionadas del autor colombiano traducidas al alemán.
Fue una visita de entre 10 y 15 minutos, tiempo suficiente para atestiguar el lugar donde García Márquez tuvo la inspiración para comenzar a escribir las primeras líneas de esta novela incluida en la lista de los 100 mejores libros del siglo XX, según el diario francés “Le Monde”.
Escribir “Cien años de Soledad” le costó a Gabriel García Márquez meses de ruina económica, el empeño de las joyas de su mujer y vivir de la ayuda de los amigos.
“A principios de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco, cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y arrasador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera”, contó alguna vez el propio colombiano al recordar ese fogonazo que lo impulsó para escribir “Cien años de soledad”.
Mercedes, su esposa, no solo pidió ayuda a los amigos, también a los tenderos y el carnicero, incluso fueron al Monte de Piedad y empeñó sus joyas; y es que el colombiano no tenía ni para papel para su máquina de escribir. Ello se debía a la forma de trabajar del autor, que rompía folios mal escritos o con erratas.
Una vez que termino la novela, asistieron a la oficina de correos para enviar el texto a la Editorial Sudamericana, en Buenos Aires; eran 590 cuartillas a máquina con doble espacio.
El empleado pesó el paquete, y al final, no les alcanzó el dinero, por lo que tuvieron que dividir el paquete por la mitad, y enviaron una de las partes, la segunda, al editor Paco Porrúa a Argentina. El resto lo pudo enviar cuando éste les mandó un adelanto por la novela.
Al final, todo valió la pena y Gabriel García Márquez se colocó en el pedestal de los inmortales de la literatura al narrar la historia de la familia Buendía a lo largo de siete generaciones en el pueblo ficticio de Macondo.