Libros de ayer y hoy
La herencia de este gobierno puede que no sea, como quisiera, la reforma educativa o la energética. Tampoco puede que sea la expansión del empleo y un TLC fortalecido.
No. La herencia de Peña Nieto puede ser dejarnos a López Obrador sentado en la silla presidencial.
Fue grande la desconexión del presidente con los gobernados.
Enorme el desdén por la opinión de la gente (las encuestas).
Insólita la manga ancha a la corrupción de sus aliados (comenzó a castigar a algunos a destiempo, cuando el daño en imagen ya estaba hecho) y también de sus adversarios.
Como resultado de esos tres errores hoy tenemos un profundo enojo que a muchos impide ver lo que se juega dentro de 90 días: el destino de México.
Sea quien sea el ganador de las próximas elecciones va a tener que actuar contra los excesos de exponentes esta administración y de gobernadores, a diferencia de la tolerancia que el presidente Peña tuvo hasta con sus contrincantes.
Hoy la encargada de esa otra estafa, la Estela de Luz, Patricia Flores, es candidata del PAN a una senaduría por Durango.
Y la que está confesa de peculado, Delfina Gómez, es candidata a senadora de Morena por el Estado de México.
Por acción y por omisión, todo se carga a la cuenta del gobierno actual, que concentra el enojo ciudadano.
Ese enojo lo capitaliza López Obrador y no Ricardo Anaya, que tiene una riqueza en la opacidad donde hay prestanombres, lavado de dinero, paraísos fiscales y un chofer que le compra una nave industrial en 54 millones de pesos.
Y en medio de todas esas fallas del gobierno, de panistas y de priistas, está el país, cuyo destino puede ser la debacle económica, política y social si gana López Obrador.
Adiós a la economía abierta, que nos ha sostenido pese a adversidades y errores cometidos. México solo, exporta más manufacturas que todo el resto de los países latinoamericanos juntos.
Adiós a la reforma educativa, que abre la posibilidad de cambiar el futuro de millones de niños que estaban condenados a la ignorancia y a vivir del ambulantaje, de las propinas, de los subsidios del gobierno, o de enrolarse a pandillas criminales.
Adiós a la reforma energética, que nos permitiría reponer reservas, extraer más crudo y recibir una inversión de 150 mil millones de dólares que ya están comprometidos. Sin salir del hoyo se quedarían los estados del Golfo de México.
Adiós a un México con separación de poderes y libertad de prensa (hoy se le puede decir lo que sea al presidente y al gobierno, sin que haya consecuencias).
Para AMLO todas instituciones autónomas son mafiosas: se lo ha dicho al Banco de México, a la Corte, al Congreso, a los medios de comunicación… Adiós a ellas.
Y bienvenidos a un México cerrado al mundo, que consume lo que produce (aunque sea más caro y fomente monopolios).
Bienvenidos a un México empequeñecido, sin aeropuerto a la altura de nuestra pretensión de ser una potencia en lo económico.
Bienvenidos a un México con control de cambios y control de precios, que no será desde el primer día ni el primer año, pero sí la consecuencia lógica de la fuga de capitales, falta de inversión extranjera y de una política hostil al sector privado de la economía.
Bienvenidos a un México polarizado entre el pueblo bueno que está con AMLO y el de los mafiosos que estarán en la oposición (dividida, por cierto).
Y bienvenidos a un México con un presidente que cree poseer la razón divina, convencido de que lidera el «movimiento más grande del mundo», y que delira con ser Juárez o Francisco I. Madero.
Esa puede ser la herencia de Peña Nieto. Dejarnos a AMLO en el poder.