
El reverso de la moneda/Entre la Seda y las Sombras: El Peso Secreto del Bolso que Desnuda el Poder
La migración ha sido, durante décadas, una de las piezas clave en el complejo rompecabezas que conforma la identidad estadounidense. Una nación fundada por migrantes, construida por sus manos y enriquecida por su diversidad cultural, ha pasado de ser un faro de esperanza para millones a convertirse en una nación de muros para quienes buscan una vida mejor. Durante la primera administración del presidente Donald Trump (2017–2021), esta tensión alcanzó nuevas dimensiones, dejando una huella profunda en las políticas públicas, el discurso político y la manera en que se percibe al migrante.
Uno de los pilares de la política migratoria trumpista fue el famoso eslogan “Build the wall” (Construyan el muro), una promesa de campaña que se convirtió en símbolo de su postura frente a la frontera sur. Aunque el muro no se completó en su totalidad, su impacto fue más psicológico que físico. El mensaje era claro: cerrar puertas, endurecer la entrada, establecer límites. El presidente Trump transformó el tema migratorio en una cuestión de seguridad nacional, asociando constantemente a los migrantes con criminalidad, drogas y pandillas. Este enfoque reduccionista no solo alimentó estereotipos, sino que también dificultó un diálogo constructivo sobre las raíces y posibles soluciones del fenómeno migratorio.
Sin embargo, su política migratoria no se limitó al muro. Durante ese mandato, Trump impulsó medidas como la separación de familias en la frontera, una práctica que generó indignación global. Miles de niños fueron separados de sus padres bajo el argumento de disuasión, dejando cicatrices psicológicas difíciles de borrar. Además, se recortaron las admisiones de refugiados, se implementaron restricciones de visas a países mayoritariamente musulmanes y se intentó eliminar el programa DACA, que protege a jóvenes inmigrantes conocidos como “dreamers”. Estas decisiones respondían a una visión nacionalista que priorizaba una noción rígida de identidad estadounidense, excluyente frente a la otredad.
Desde el punto de vista social, las políticas migratorias de Trump exacerbaron las divisiones. Mientras parte de su base lo aplaudía por su “mano dura”, numerosos sectores, entre ellos defensores de derechos humanos, académicos, empresarios y comunidades religiosas, alertaban sobre el retroceso ético e histórico que esto representaba. Para muchos, negar el derecho a migrar era traicionar el relato fundacional del país: un lugar donde todas las personas merecen una oportunidad.
Hoy, nuevamente, la administración Trump ha endurecido su discurso y sus políticas públicas antiinmigrantes, generando severos daños a una nación que se construyó gracias a familias que llegaron del extranjero para establecerse, como lo muestra la propia historia del expresidente y del secretario de Estado Marco Rubio.
La historia demuestra que los migrantes no son una amenaza: son una oportunidad. Estados Unidos se ha beneficiado inmensamente del talento, el trabajo y la resiliencia de sus comunidades migrantes. Han nutrido su economía, su cultura, su ciencia y sus valores. Negarles su lugar es negar una parte esencial del alma estadounidense.