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En el marco de la construcción del Paquete Económico 2026, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público ha emprendido una reforma profunda y técnica: la Estrategia de Simplificación de la Estructura Programática. Esta medida ha sido injustamente atacada por el Partido Acción Nacional (PAN), que, sin mayor sustento, pretende sembrar en la opinión pública la idea de que el gobierno de la Presidenta Claudia Sheinbaum está aplicando un recorte presupuestal disfrazado. Nada más alejado de la realidad.
La simplificación no significa eliminación de recursos, implica racionalidad administrativa, eficiencia operativa y orden republicano. No se trata de gastar menos, sino de gastar mejor. El presupuesto de una nación no es un montón de partidas dispersas sin lógica ni conexión: debe responder a una estrategia clara, con objetivos definidos, que pueda evaluarse, medirse y perfeccionarse.
El proceso que lidera la SHCP busca precisamente eso: eliminar duplicidades, reordenar programas intermitentes o redundantes, fortalecer la trazabilidad de los recursos y consolidar la arquitectura del gasto público en torno a políticas de Estado. Pasar de 893 a 546 programas presupuestarios no es un capricho técnico, sino una decisión estratégica para evitar la dispersión institucional y dotar al ejercicio presupuestal de mayor coherencia.
Resulta revelador que el PAN, partido que durante años desmanteló al Estado en nombre de la “eficiencia del mercado”, se rasgue ahora las vestiduras cuando se pone orden en el presupuesto. Su crítica revela nostalgia por los tiempos en que el gasto se fragmentaba a discreción y se usaba como botín para fines clientelares.
La Cuarta Transformación tiene una lógica distinta. El Estado no debe ser disperso ni opaco, sino articulado, fuerte y eficaz. Por eso, el gobierno de la Presidenta Sheinbaum ha optado por una estrategia de prosperidad compartida, en la que el gasto público sea instrumento de justicia social, de desarrollo regional equilibrado y de construcción de bienestar. Esta estrategia presupuestaria se inscribe en esa ruta: simplificar para enfocar, enfocar para cumplir, cumplir para transformar.
Reducir el número de programas no implica reducir su alcance. Al contrario: implica eliminar los pretextos para que los recursos se diluyan. Se trata de evitar que los fondos se pierdan en estructuras laberínticas, sin impacto, sin evaluación, sin resultados. La administración pública no puede seguir operando con inercias ineficientes heredadas del viejo régimen.
Hoy México necesita instituciones eficaces, estructuras transparentes y presupuestos alineados con las grandes metas nacionales. La simplificación programática de 2026 es un paso necesario en esa dirección. Por ello, más que criticar, habría que celebrar que el país cuente con una estrategia de reorganización que no cede al caos administrativo ni al populismo fiscal.
La transformación continúa. Y en su segundo piso, con Claudia Sheinbaum al frente, avanza con disciplina, con visión y con un profundo compromiso social. A quienes confunden orden con recorte, les recordamos una verdad básica: el presupuesto es una herramienta, no un fetiche. Y como toda herramienta, debe servir al pueblo, no a intereses particulares.