
La guerra de aranceles entre Estados Unidos y China oportunidad dorada para México
En el subsuelo de los bosques, oculto a la mirada humana, el micelio se extiende como una vasta red interconectada. Su existencia es silenciosa, pero su impacto es profundo: une árboles, transporta nutrientes y permite la supervivencia de los ecosistemas. En esta estructura subterránea pareciera haber un propósito, una dirección, pero en realidad no hay un plan maestro, sino un proceso orgánico de expansión y adaptación. Algo similar ocurre con la voluntad, concepto central en la filosofía de Schopenhauer y Nietzsche, y con la condición humana, siempre en lucha con su propia finitud.
La voluntad según Schopenhauer: ¡Qué truco tan barato!
¡Ah, Schopenhauer y su maravillosa visión de la vida como una serie interminable de deseos insatisfechos! Según este genio del pesimismo, somos como el micelio, extendiéndonos sin propósito, movidos por una fuerza ciega e irracional. Genial, ¿verdad? ¡Quién no querría ser víctima de su propio impulso vital, condenado a desear sin cesar sin nunca alcanzar una satisfacción definitiva! No es queja, es una celebración de la miseria humana: ¡Brindemos por el sufrimiento eterno!
Nietzsche y su voluntad de poder: ¡Viva el caos!
Y luego tenemos a Nietzsche, el rebelde, el hombre que rechazó la idea de una voluntad que solo genera sufrimiento. Él nos dice que la vida no es un error trágico, sino una oportunidad de creación. En lugar de ser arrastrados por una voluntad sin sentido, podemos imponer nuestra propia dirección al caos de la existencia. ¡Magnífico! ¡Vamos a dominar la vida y a afirmar nuestras contradicciones como si fuera una fiesta! ¿Quién necesita felicidad cuando puedes tener conflicto y lucha constante?
La finitud del hombre: una verdad incómoda
Pero, claro, tanto Schopenhauer como Nietzsche parten de un hecho ineludible: la finitud del hombre. Somos seres efímeros, partículas de un universo que no nos necesita. ¡Qué revelación tan reconfortante! La clave no está en la respuesta, sino en cómo cada uno decide enfrentar su propia fragilidad. ¿Estás deprimido? ¡Perfecto! El estoicismo propone la serenidad ante lo inevitable; el existencialismo de Sartre te deja la responsabilidad de crear tu propio sentido. ¡Maravilloso!
El micelio sigue extendiéndose bajo nuestros pies, indiferente a nuestras reflexiones. Su existencia no es ni trágica ni heroica, simplemente es. Tal vez, como él, el ser humano no necesite justificaciones metafísicas para existir. Tal vez la voluntad –sea de poder, de vivir o de resistir– sea suficiente.