En Ecatepec, la verdad empieza a salir a la luz como una gotera persistente que, tarde o temprano, derrumba hasta el techo más sólido de mentiras. Hoy muchos exfuncionarios se desgarran las vestiduras denunciando la corrupción y el mal gobierno de la administración pasada, como si no hubieran sido parte de esa misma maquinaria que tanto daño le hizo al municipio.

Resulta increíble –por no decir descarado– ver cómo algunos exregidores y síndicos, que durante años callaron, aplaudieron y se beneficiaron del poder, hoy se presentan como paladines de la justicia. El cinismo alcanza niveles grotescos cuando uno de esos personajes, quien se hacía llamar el “síndico anticorrupción”, ha quedado completamente exhibido con los escándalos que han salido a la luz. ¿Dónde estaba su moral cuando se firmaban contratos amañados, se desviaban recursos o se toleraba la impunidad? ¿No veía, no escuchaba, no hablaba?

Ahora que cambiaron de liderazgo, porque antes se llamaba Fernando Vilchis y ahora es Azucena Cisneros la actual presidenta de Ecatepec , resulta “cómodo” declararse decepcionados del sistema que ellos mismos ayudaron a construir. Y uno se pregunta: ¿por qué ahora? ¿Por qué no alzaron la voz cuando tenían poder y responsabilidad? Porque al final, la corrupción no sólo se comete desde la presidencia municipal; también se perpetúa desde el silencio cómplice de quienes tenían el deber de fiscalizar y decidieron mirar hacia otro lado.

La verdad es que muchos ciudadanos ya no les creen. Su repentina indignación no convence y, lo más preocupante, es que varios de ellos siguen teniendo presencia política. Han cambiado de discurso y hasta de cara, pero siguen estando ahí: enquistados en el poder.

Ecatepec no necesita más actores que cambien de papel según les convenga. Necesita servidores públicos con convicción, con memoria y, sobre todo, con vergüenza. Que no olviden que la ciudadanía ya no es la misma: observa, cuestiona y, aunque tarde, siempre termina por desenmascarar a quienes jugaron con la esperanza de un pueblo harto de promesas rotas.

Porque en política, como en la vida, el tiempo pone todo en su lugar. Y algunos ya están empezando a caer del pedestal que nunca debieron haber ocupado.