
Reforma a la Ley de Telecomunicaciones
Las élites económicas han diseñado estructuras políticas, económicas y sociales que responden a sus intereses. Para mantener su hegemonía, han construido narrativas, códigos normativos y discursos religiosos que buscan controlar no solo las instituciones, sino también las conciencias. Esta dinámica de dominación se traduce en lo que he denominado “la jaula invisible”: un entramado de dispositivos ideológicos y normativos que operan en la subjetividad de las personas, legitimando el poder y produciendo obediencia.
La jaula invisible es una metáfora que permite problematizar las estructuras formales de las sociedades, especialmente en América Latina, que fomentan la disciplina, la sujeción y la aceptación acrítica del orden establecido. Este marco se sostiene en una alianza entre derecho, religión y economía, que articula dispositivos de control social eficaces en contextos de desigualdad estructural.
Un ejemplo paradigmático de este fenómeno lo representa Donald Trump, quien personifica la contradicción entre el discurso liberal y la práctica imperial. Bajo la retórica de la democracia y la libertad, su administración respaldó políticas autoritarias, impulsó el enriquecimiento corporativo y despreció los derechos humanos, como en la tristemente célebre política de separación de familias migrantes. Lejos de significar un retiro del intervencionismo, su “aislacionismo” fue una forma caótica de continuar con prácticas imperialistas: bombardeos en Medio Oriente, apoyo a golpes de Estado en América Latina y sanciones económicas contra países como Cuba y Venezuela.
Estados Unidos se presenta como defensor de la democracia mientras ha promovido la desestabilización de gobiernos legítimos, como en Chile (1973) u Honduras (2009), y ha sostenido conflictos que han dejado millones de víctimas, como en Irak, Afganistán, Siria o recientemente en Irán. Este doble discurso revela un imperialismo que busca controlar territorios, recursos naturales y gobiernos afines, bajo la máscara de los derechos humanos.
La paz no es posible en un sistema que privilegia el interés de unos pocos sobre la vida de las mayorías. La democracia no puede subsistir en contextos de intervención militar, desigualdad estructural y manipulación ideológica. La libertad no puede tener como precio la miseria de los pueblos.
Salir de la jaula invisible implica cuestionar los códigos normativos y religiosos que, como dogmas incuestionables, naturalizan las jerarquías y legitiman el poder. Muchas de estas teorías han exaltado al Poder Legislativo bajo la idea de separación de poderes como garantía de libertad, sin reconocer la exclusión de derechos sociales y el uso del derecho como instrumento de dominación.
Frente a esta narrativa, es urgente promover un pensamiento crítico que no solo interprete, sino que transforme. La verdadera democracia solo es posible en sociedades menos desiguales, con justicia social y soberanía popular. Necesitamos menos egoísmo e individualismo, y más interés colectivo y solidaridad, alejándonos de modelos como Trump y las élites globales que perpetúan la inequidad, aunque existen actores con sensibilidad humana dispuestos a construir alternativas.
En otro texto escribí: “El derecho y la religión, cuando se articulan bajo un régimen de poder disciplinario y dogmático, se convierten en dispositivos de control que operan en la mente y en la vida cotidiana de las personas, especialmente en AméricaLatina, donde la legalidad suele estar al servicio del privilegio y la moral al servicio del castigo”.
Sin embargo, hay resistencias. Desde las epistemologías del sur, las teologías de la liberación, el derecho alternativo y los movimientos sociales por la dignidad, emergen propuestas emancipadoras que imaginan un orden distinto: donde el derecho sea una herramienta de justicia y no una jaula, y donde la moral sea una guía ética construida colectivamente, no un látigo de castigo.
Es tiempo de repensar la educación, la política, el derecho y la espiritualidad, colocando en el centro la vida digna, la justicia social, la diversidad y la participación democrática. Como bien dijo León XIII: “ No más decisiones sin el pueblo ” , “Decisiones con escucha ” , “ Opción preferencial por los marginados”.
A manera de corolario:
“Quien enferma su mente de codicia, pierde el sentido de piedad y,por tanto, de justicia social.»