
Comienzan a limpiar Tianguistenco de la mano de Erika Olea
La empatía es la base de la compasión y la comprensión. Dalai Lama, S XX.
Hemos llegado a la mitad del quinto año de la segunda década del siglo XXI; una década con tantos cambios que cada año podría parecernos eterno: pandemia, guerra en Europa, elecciones en nuestro país con resultado histórico, guerra en Medio Oriente, la salida y regreso de Trump, la llegada de la IA, etc.
Esta semana presenciamos otro fenómeno social en la Ciudad de México, local si se tañe al espacio de la manifestación, y global si se entiende el fondo del reclamo social: la pelea contra la gentrificación.
La gentrificación es un fenómeno social que ocurre ante las nuevas posibilidades laborales que brinda la tecnología: el trabajo a distancia. Esta forma de trabajo les da una posibilidad nueva a las juventudes: vivir donde gusten, trabajando desde casa, desde un dispositivo digital y con acceso a Internet.
Pero esta posibilidad muestra las desigualdades del sistema no solo regional, si no global, pues un joven extranjero de un país con un mayor desarrollo capitalista puede emigrar a uno con menos desarrollo, con lo que su ingreso le permite acceder a un estilo de vida mayor al que podría en su país y mejor al de los residentes.
Pero los oriundos no tienen esa posibilidad: para ellos, el trabajo desde casa es un lujo, emigrar a otro país es un proyecto que se acerca a sueño y la posibilidad de mejorar su estilo de vida es una búsqueda constante que de pronto se vuelve una obligación si aspira a seguir viviendo donde siempre lo ha hecho.
Esta situación de molestia social conllevó a que también un grupo (mínimo, pero existente) atacara comercios en las zonas gentrificadas de la Ciudad, y que el grueso de la fotografía sea jóvenes que rayan en la xenofobia exigiendo la salida de migrantes norteamericanos.
Más allá de la postura del presidente estadounidense, o de algunas o algunos extranjeros que se vuelven virales por sus actitudes despectivas hacia los mexicanos, la realidad es que no todos (la mayoría diría yo) tratan al mexicano de esa forma. Y es increíble que nuestro pueblo, con una trayectoria de probada empatía y calidez, esté dando paso a una juventud que canaliza su presión personal hacia un fenómeno económico y social, hacia una nacionalidad. Cuidémonos de los charlatanes que quieran capitalizar esto, que es tierra fértil para la extrema derecha y actitudes fascistas.
El problema de fondo que requiere atender el gobierno de la Ciudad y nacional (y que nuevamente nos puede poner a la vanguardia en el mundo), va por diseñar un modelo de vivienda social dentro de la metrópoli, pero también que conlleve al desarrollo económico hacia la periferia, de modo que los ya emigrados encuentren oportunidades similares a la capital, con servicios de calidad.
El proyecto nacional de conectar al país con trenes de pasajeros será fundamental. La construcción de vivienda social también lo será.
A nivel estatal, será necesario comenzar a regular y hacer valer las leyes para que se construya vivienda social a la par que la vivienda costosa gentrificadora; hacer respetar los límites de altura en la construcción. Y resulta paradójico, pero exigir a los establecimientos mercantiles hablar español (no prohibiendo conocer otro idioma, claro está). La población necesita sentirse respaldada por su gobierno, comprender que ello será poco a poco, y evitar caer en las garras de lo más rancio posible, ideas clasistas que claramente no compartimos la mayoría de esta nación, que ha recibido a hermanos de todo el mundo cuando las crisis en sus naciones los han obligado a exiliarse.