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Muxe es una palabra zapoteca que deriva de “mujer”, aunque no significa lo mismo. En la cultura del Istmo, las muxes son reconocidas como un tercer género, no binario, con roles y expresiones diversas. Algunos visten ropa tradicional de forma cotidiana; otros, con ropa de hombre. Pueden ser comerciantes, bordadoras, estilistas o artistas, pero también hijas, hermanas y ciudadanas con los mismos derechos que cualquiera. Y, sin embargo, aún enfrentan estigmas brutales cuando se acercan a un centro de salud.
Hace décadas, se les asignaba tradicionalmente un rol de cuidado en la familia, pero hoy su papel trasciende esas etiquetas. En noviembre, durante “la vela”, una celebración zapoteca de profundo simbolismo, se elige a la reina muxe, entre flores, bordados y orgullo comunitario. Sin embargo, fuera de esa noche de luces, muchas cargan con el peso de ser vistas como un “problema” en instituciones públicas.
Por tres días, el calor húmedo del Istmo de Tehuantepec no fue impedimento para que un equipo médico se desplegara en Juchitán y Salina Cruz, Oaxaca. Lo hicieron con una misión urgente: escuchar, atender y acompañar desde el respeto a una población históricamente ignorada e invisibilizada: las muxes.
Del 15 al 17 de julio, la organización Medical Impact, en conjunto con la Red TAES y la Secretaría de Salud de Oaxaca, quienes demostraron humildad, empatía y liderazgo para atender a todos y cada una de las personas de manera incansable, con el respaldo de la iniciativa global A Million Conversations, llevó a cabo una brigada médica multidisciplinaria y dos conferencias de prensa que ofreció 2,382 atenciones a más de 680 personas. Lo extraordinario de esta acción no fueron solo los números, sino la sensibilidad con la que se ejecutó: se trató de una intervención pensada, desde el inicio, en el reconocimiento y la dignidad de un tercer género que existe y resiste en el sur del país.
“La mayoría de muxes que atendimos eran adultas, de entre 45 y 60 años. Se sentían seguras, respetadas, y lo agradecieron”, explicaron la Dra. Areli Pérez, Directora Médica y Sergio Gomar, Coordinador de Desarrollo Institucional de Medical Impact. Algunas de ellas confesaron que hacía años no se acercaban a un consultorio por miedo a la burla o al rechazo. La brigada, en cambio, se volvió un espacio de confianza: se les escuchó sin cuestionamientos, se usó su lenguaje, se respetaron sus pronombres, se les miró con dignidad.
La atención fue integral: se aplicaron pruebas de VIH y sífilis (222 cada una), con detección de dos casos reactivos, aunque ninguno de los dos era muxe; se entregaron medicamentos, vacunas, preservativos, y hasta 5,520 sobres potabilizadores de agua gracias a la generosa donación de Procter y Gamble, en alianza y liderazgo por parte de Fondo Unido México. También hubo consultas de nutrición, odontología, terapia física, psicología, e incluso ultrasonidos y electrocardiogramas.
Pero más allá del número de vacunas (173 aplicadas) o consultas generales (154 en medicina general), lo valioso fue que muchas de esas atenciones se dieron en un ambiente seguro para cuerpos históricamente violentados. Como dijo Felicia, la primera alumna muxe en cursar una carrera universitaria, quien participó en la sensibilización del personal: “la salud también se construye con palabras, con miradas, con silencio cuando se necesita y con empatía siempre”.
Felicia inspiró a Naomi, otra joven muxe, a seguir sus pasos. Ambas han comenzado a tejer desde adentro una nueva narrativa: una en la que su identidad no sea un obstáculo para la atención médica. La esperanza no se ve en estadísticas, sino en esos gestos: en poder decir el nombre propio y recibirlo de vuelta con respeto.
Mientras en el país se debate entre discursos de tolerancia y políticas ambiguas, en comunidades como Juchitán, la lucha es mucho más básica: poder acudir al médico sin miedo. Que el consultorio no sea una trinchera, sino un refugio.