Balazos en el pie
La semana pasada el candidato presidencial puntero en las encuestas en Brasil, Jair Bolsonaro, fue apuñalado en un evento de campaña y le traspasaron el hígado y un pulmón. No murió gracias a un giro de su cuerpo, pues la cuchillada iba dirigida al corazón.
Es cierto, Brasil es un país más violento que México, pero aquí hay muchos criminales que no se han tentado el corazón para asesinar a delincuentes rivales, a ciudadanos honrados y a políticos.
Dice nuestro próximo presidente que a él lo cuida el pueblo, que el que nada debe nada teme, etcétera, etcétera.
Al Papa Juan Pablo II lo cuidaba Dios y le metieron dos balazos que lo tuvieron al borde de la muerte y ya nunca volvió a ser el mismo.
Otros no han corrido con la suerte de Bolsonaro y de Wojtyla (perdón por la comparación, pero son seres humanos), como es el caso de los 134 políticos asesinados en México durante el proceso electoral pasado (septiembre 2017 al 28 de junio de 2018).
A partir del 2 de julio a la fecha, han ocurrido 21 homicidios dolosos de políticos y 63 ataques armados contra ellos, de acuerdo con el más reciente Indicador de Violencia Política de la consultora Etellekt.
Cuidar la seguridad del presidente de la república es un asunto de Estado, y no del pueblo por más bueno que sea.
López Obrador decidió prescindir del Estado Mayor Presidencial, que tiene personal capacitado para cuidar la seguridad del presidente, de altos funcionarios, de ex presidentes y de mandatarios extranjeros que nos visitan.
Por aplaudida que sea su decisión, se trata de un error.
Si alguna calamidad le puede ocurrir a México, es que alguien atente exitosamente contra el presidente.
Para evitarla, Andrés Manuel López Obrador sólo tiene que dejar a un lado la demagogia y permitir que lo cuiden profesionales.
Si no le tiene confianza a esa rama del Ejército Mexicano que es el Estado Mayor Presidencial, que contrate un cuerpo de seguridad altamente especializado en el lugar del mundo que quiera.
Creerse invulnerable a los ataques homicidas que ocurren a diario, no es un síntoma de realismo.
Para cuidarse, López Obrador eligió un grupo de veinte personas, encabezadas por un restaurantero, que nada saben de seguridad y los van a capacitar en unas cuantas semanas.
Se entiende que el presidente electo quiera empatizar con los ciudadanos de a pie que están a expensas de la delincuencia todos los días, pero no es esa la manera.
A la ciudadanía tiene que darle seguridad, no solidaridad ante su indefensión.
Hasta ahora los proyectos en seguridad son para ponerse a temblar, por contradictorios y desarticulados. Un día dicen que el Ejército sí, al siguiente lo incorporan a un organismo con mando civil, después retroceden, vuelven a cambiar de opinión.
Lo único claro es que en materia de seguridad están perdidos frente a una realidad que no saben cómo enfrentar.
Buenos para criticar –están en lo correcto–, aunque malos a la hora de construir soluciones sensatas para gobernar.
Mientras articulan un plan, sería muy alentador que por lo menos cuiden al presidente de la República.
En el país hay muchos desquiciados que quieren desestabilizar (vean la UNAM) o inmortalizar su nombre junto al de un personaje famoso.
Nada peor que facilitarle la tarea a ese tipo de personas.
Ojo: un grupo de improvisados no puede cuidar al presidente porque algo grave puede pasar, como ocurrió en Minas Geráis y hasta en la plaza de San Pedro.