
Paga encuestas a modo Delfina Gómez para simular que la quieren
Todos hemos escuchado ecos lejanos de China, un susurro de misterio que llega desde el otro lado del mundo. Pero, la «Gran China» no se mide solo en kilómetros cuadrados. Su grandeza reside en la profundidad de su cultura, en la solidez de tradiciones forjadas durante milenios, y en la calidez de su gente, un pueblo trabajador que ha cincelado su legado en la historia de la humanidad.
Confieso una pasión que me consume desde que viví en esa tierra lejana. Sumergirme en sus costumbres, luchar con la belleza de su idioma… fue un flechazo que me dejó prendado del gigante de oriente. Con humildad, comparto pinceladas de esta fascinación, una ventana a la profunda admiración y el cariño casi mágico que siento por su gente.
En cada rincón de China descubrí lecciones imborrables. Su cosmovisión – esa manera tan diferente de estructurar el pensamiento y entender el mundo – tiene raíces profundas en una cultura milenaria que actúa como un ancla poderosa de su identidad, al igual que su sentido de pertenencia, un orgullo patrio que trasciende el simple nacionalismo y roza lo místico.
En China resuena una creencia popular: quienes osaron conquistarla terminaron irremediablemente seducidos por su cultura. Y desde mi humilde experiencia, esto es cierto. La historia nos regala ejemplos fascinantes, desde los aguerridos mongoles de Gengis Kan hasta los manchúes de la última dinastía Qing, pasando por el mismísimo Marco Polo, quien dejó testimonio de ello en sus relatos.
Pese a su asombrosa diversidad lingüística (más de 300 idiomas y dialectos), su nombre mandarín, Zhōngguó («El país de en medio»), encierra una profunda filosofía. Esta concepción centrada del mundo se refleja incluso en sus mapas escolares, una visión arraigada, aunque peculiar para la perspectiva occidental.
Hace más de cinco milenios, mientras Grecia y Egipto aún no emergían en el horizonte de la historia, las orillas del río Amarillo (Huáng Hé) ya eran cuna de civilizaciones que darían origen a esta nación colosal. Ese mismo río fue testigo del florecimiento de una cultura que legaría al mundo inventos tan trascendentales como el papel, la imprenta, la brújula y la pólvora.
La palabra «imposible» parece no existir para los chinos, quienes lo probaron con la Gran Muralla (serpiente de piedra que desafía montañas), la Ruta de la Seda (arteria vital de intercambio comercial y cultural), la Presa de las Tres Gargantas (coloso de ingeniería hidráulica) y, especialmente, su audacia para erradicar la pobreza con un crecimiento económico sin precedentes.
Un desarrollo sostenido durante décadas, sin recurrir a las sombras del colonialismo o el imperialismo, un camino trazado con la visión de gigantes como Mao Zedong y Deng Xiaoping, quienes cimentaron las bases de un estado que prioriza el bienestar de su pueblo. Una sola China y un país dos sistemas han sido la base de este compromiso que se extiende a su visión global. Frente al proteccionismo de algunas naciones, China apuesta por la apertura y un multilateralismo de beneficio mutuo, contrastando con políticas que dañan el desarrollo global.
Las críticas a China y a su sistema han sido una constante, pero a menudo nacen del desconocimiento, de una mirada superficial que no alcanza a comprender la complejidad de su sociedad y las motivaciones de su gobierno. Y, seamos honestos, también son eco de campañas políticas externas que buscan erosionar su creciente influencia global.
La planificación estratégica ha sido la brújula que ha guiado el ascenso de China, una hoja de ruta trazada para alcanzar el desarrollo en todas las áreas. Una planificación seria, consistente, que trasciende los vaivenes políticos y entrega resultados tangibles, porque el Partido Comunista Chino marca el rumbo con una visión clara y decidida. Aunque como cualquier sociedad, enfrenta desafíos para mejorar. Esta visión de planeación por medio de cooperación, basada en beneficio mutuo, China la promueve con otras naciones del Sur Global.
Esta es solo la primera entrega de mis reflexiones sobre China, un intento humilde de ofrecer contexto ante la actual guerra comercial. Para entender las acciones de este gigante, debemos despojarnos de nuestra lógica occidental y comprender que sus decisiones responden a una planificación meticulosa, no de impulsos pasajeros. En el tablero de la economía global, China está llamada a ser la primera potencia, y la confrontación difícilmente detendrá su avance. El camino, insisto, es la colaboración, el respeto mutuo y un desarrollo compartido.
El ascenso de China en el siglo XXI no es solo un fenómeno económico, sino un recordatorio del dinamismo y la capacidad de transformación de una civilización que ha contribuido significativamente al progreso de la humanidad a lo largo de la historia.
Si la actual administración estadounidense piensa que podrá doblegar al dragón asiático con las mismas estrategias que ha empleado con otras naciones, creo que subestima la sabiduría y la paciencia de este ser mitológico convertido en nación. China no teme la batalla, pero confía en su influencia, en su capacidad y, sobre todo, en el valor incalculable de su gente.
En un mundo complejo, China aboga por la equidad en los asuntos internacionales, confiando en la cooperación y el apoyo de quienes buscan un desarrollo con respeto mutuo, frente a tácticas de presión. La apertura y la colaboración son su camino.
En cuanto a nuestra relación bilateral, Mexico – China, debe de ser en los mismos términos: respeto mutuo y cooperación. Piensen en Quetzalcóatl —serpiente emplumada, sabiduría y fuerza elevándose— y en el Dragón —piel brillante, poder danzante y sabiduría ancestral perdurando—. Ambos seres encarnan la esencia de dos pueblos: guerreros indomables, sabios en sus tradiciones y con una mirada elevada hacia el entendimiento mutuo.