
Rafael Rojas, el promotor favorito de Ricardo Moreno
“Miguel “de oficio tornero y jugador de futbol llanero todos los domingos, creció en la colonia Lázaro Cardenas municipio de Tlalnepantla, -le llamaremos «Miguel», tiene otro nombre y por su seguridad así se queda-. Toda su vida la había pasado en “La Presa”, así se le conoce a esta región que cubre parte del cerro “EL CHIQUIHUITE”de la zona norte del Estado de México.
“Miguel “ tuvo que salir huyendo de su hogar y abandonar su taller, pues hace unas semanas recibió una nota exigiéndole 200 mil pesos, la extorsión no dejaba lugar para negociaciones: o lo pagaba o moriría. Vino después una visita de balas, ráfagas en la madrugada, vidrios rotos y paredes como único blindaje.
Obviamente Miguel no pagó, pues nunca creyó que se la cumplirían.
Aunado a el terror por el plomo en su hogar sumémosle el que jamás supo quién exigía el dinero; llegó a suponer que habrían sido los de la banda “los discos “o “los rojos “ o “ la familia de la Cruz “o “ los chilas “ o “la Unión de la familia Pegaso» o los del «CJNG». Una larga lista de posibilidades, una larga lista de incertidumbre y de la cual pendía su seguridad.
Tlalnepantla pertenece a esos grupos, “La Presa” es de ellos, la vida de Miguel y su familia, así como la de miles de mexiquenses pende de lo que digan estos miserables.
Y al asomarse a la colonia Lázaro Cárdenas y moverse por sus empinadas calles, uno va encontrando que esa historia se repite, que no hay selección de negocios o giros comerciales que se salve, «la maña” cobra derecho de piso sin que exista poder real y legal que lo impida. Ahí se vive un apocalipsis social.
Y ni preguntar por las autoridades de Tlalnepantla, las cuales son una embarrada de algo caricaturesco en la pared, en donde sus policías se difuminan con los delincuentes.
¿Podría llamarse a esta pesadilla un “fenómeno“?, ¡No¡ Pues se trata de un mal endémico, un círculo histórico en donde, se instaló un hipócrita ritual de parte de los políticos y sus promesas sexenales para los ciudadanos, dónde estos últimos les compraban candorosamente esos spots de campaña en los que se habría prometido acabar con la delincuencia. Solo hagamos memoria.
En esos casos se podía esperar cualquier cosa del PRI, como el engaño electoral, pero no sé auguraba lo mismo con la llegada de la maestra y su oso perezoso Horacio, ambos personajes construidos desde la oposición y bajo el sello de que “ellos si sabrían cómo hacerlo “.
A eso se le llama fraude y las consecuencias de dicha quimera la pagan los miles de “Migueles “ que terminan expulsados de su colonia gracias al poder de los criminales.
¿Será tan difícil asomarse a las historias de éxito que se dan en materia de combate al crimen en Chiapas o Yucatán? ¿Cuál es la diferencia que existe entre un municipio fronterizo de Chiapas que se ahogaba en violencia y fue recuperado, con Tlalnepantla o Chimalhuacán? En el sur de México el gobernador Eduardo Ramírez se fajó los pantalones y puso sobre la mesa una determinante estrategia: coordinación entre los cuerpos policiales de los tres órdenes y la Fiscalía estatal, junto con una tolerancia cero a la impunidad, sino, observe la cantidad de alcaldes metidos a la cárcel.
Yucatán y sus mesas de paz son el modelo a seguir en el país, un fruto del esfuerzo entre la federación y todos los órdenes de gobierno, dónde prevalece una coordinación clara, de frente, sin simulaciones de parte de las autoridades operativas y de inteligencia… aquí aplica aquello de que si una fórmula te da buenos resultados, la aplicas en zonas las zonas más lastimadas. Y no estamos diciendo que se replique exactamente las medidas exitosas como un «copia y pega», pero si los principios, si la parte «dura» de las políticas publicas en seguridad.
Porque cosa diferente es el Estado de México, esta lastimada cordillera repleta de cuevas o una suerte de isla en la que cualquier gobierno municipal o estatal no valen más que el poder de los cientos de grupos criminales.
¿Sirve de algo el fiscal estatal o el secretario de seguridad mexiquense ? ¿De verdad creemos que un jefe policiaco, del municipio que me diga, está alejado del interés de las células del crimen organizado?
Frente a la brutal y fría numeralía de delitos, evidentemente no, no sirven para maldita cosa.
Así pues, las páginas de miedo como el que le ha tocado a “Miguel “ y su familia en Tlalnepantla, son solo una perla en el vasto océano de porquería e injusticias que ahogan al Estado de México. No estaría mal que estos impresentables «servidores» públicos se dieran una vuelta para el sur, para que aprendan como si es posible cambiarle la vida a esos otros «Migueles».