
Rechaza Teoloyucan violencia y llama a Cuautitlán al diálogo
Los policías de Tlalnepantla detuvieron a los conductores de un auto Jetta color blanco. Fue exactamente entre los límites de dicho municipio y la alcaldía Gustavo A. Madero. Seré más preciso: los hechos se dieron en la calle Tenayuca-Chalmita, esquina con Benito Juárez (exactamente en la esquina de las instalaciones de la iglesia mormona conocida como el “Benemérito”).
Era el sábado 26 de julio al mediodía. Le digo, pues, que los tres elementos de la policía municipal detuvieron a tres jóvenes, entre ellos una señorita. La fachada era para que se sospechara a kilómetros de que algo escondían. Al darles la orden para que bajaran del auto, los “chacas” se pusieron nerviosos. Los polis —ya sabe usted— trataron de copiar a los uniformados gringos y quisieron ponerlos sobre el cofre con las manos hacia atrás… Y como si se tratara de una coreografía bien estudiada, los tres chamacos forcejearon y, aun cuando los tenían semicontrolados, bastó un par de escurridizas maniobras (uno de ellos hasta la playera se quitó en el forcejeo) para salir huyendo de unos polis que se miraban entre sí sin alcanzar a reaccionar.
Los flacos prófugos corrieron dejando detrás “mariconeras”, gorras reguetoneras y, por supuesto, el auto con las llaves puestas y las puertas abiertas. Los automovilistas, motociclistas y peatones que esperaban el transporte público fueron el auditorio que atestiguó esta costumbrista escena de la gran zona metropolitana…
¿Y me preguntará sobre la respuesta policiaca? Esta es la parte bizarra: los uniformados realmente poco pudieron hacer, y no por falta de ganas, sino porque el sobrepeso (el exceso de panza parecería ser uno de los requisitos para ingresar en esta y otras tantas corporaciones)…
Así es, querido lector y lectora, un trío de estómagos enlutados y la nula respuesta física fue lo que facilitó que tres ratas pudiesen escapar, burlando el tráfico y dejando en ridículo a los muy esforzados pero inútiles policías de Tlalnepantla.
Eso sí: a los pocos minutos llegó una patrulla con elementos de la Guardia Nacional. Aquí sí, con una percha diferente y notoriamente atléticos… Pero era demasiado tarde. Los “chacas” habían huido y los municipales, en lo que recuperaban el aliento, buscarían explicar el cómo, ya siendo sometidos los “presuntos”, se les habían escapado. Y no por inteligentes, sino porque hicieron lo que los polis no pudieron: correr.
Y usted me dirá que esto es muy común: que los agentes de la ley y el orden sean derrotados en carreras parejeras. Pues sí. Y lo que debería ser tratado como algo serio, no lo es: el que se normalice el sobrepeso y una evidente degradación en materia de salud física entre los policías municipales o estatales del Edomex. Digo, una cosa es ser corrupto y otra es no desearle mal al prójimo, como que les dé un infarto por gordos.
Desde que tengo uso de razón, he escuchado que se aplican algunos programas de acondicionamiento físico, muy aleatorios y pobres, sin atender las causas que provocan que un servidor público coleccione kilos. Pero aún: el que dicho servidor sea el responsable de que un criminal no se salga con la suya…
Más allá del uso correcto de las armas o de maniobras al volante para una buena persecución o evasión, es vital entender que la obesidad es, de suyo, una de las mayores desventajas —tanto física como mentalmente— y que portar un uniforme tiene que ser motivo de respeto y no de burlas o, peor, de ser futuro candidato a las tortuosas diálisis.
Los malos hábitos alimenticios —en lo general, de todos los mexicanos—, el sedentarismo y los altos niveles de estrés han provocado que seamos una sociedad condenada a enfermedades crónico-degenerativas que se pueden atajar cambiando dichos hábitos… Pero, por alguna razón cósmica, son las y los elementos policiacos de prácticamente todo el país (entre los cuerpos municipales parecería pandemia) los que muestran un mayor deterioro en su salud física, como producto de una dieta copeteada de refrescos, cervezas, toneladas de harinas y todo aquello que se pueda cocinar en el horno de microondas y que escurra grasa por los bordes.
No es un chiste. Estamos ante una muy triste realidad, humana realidad, y que se multiplica sin que se haga algo por atajarla.
Y no, un policía panzón no se ve bonito ni le quita lo abusivo, pero los queremos para que esa cosa llamada justicia sea medianamente competitiva, por lo menos a la hora de corretear a un lacra y no infartarse en el intento. En serio: no es chiste.