
Asiste Delfina Gómez al Foro “Ciudades Cuidadoras y Transformadoras”
Lo tenían atado con una cuerda en el patio, deshidratado y sin comida, lo bañaban con agua fría. Las golpizas provocaron que vecinos, al escuchar el llanto del niño, acudieran a solicitar ayuda de los policías municipales de Los Reyes La Paz, mismos que se negaron y burocráticamente los enviaron a Neza para que allá los atendieran.
Varios días después, ya con una denuncia interpuesta, los agentes de la Fiscalía mexiquense acudieron a la vecindad ubicada en la calle Carmen Serdán, colonia Ejidal del Pino, en ese terrible municipio de Los Reyes La Paz… Ya en el lugar, los agentes se percataron del olor, el triste y premonitorio olor de que “hay algo muerto”, el triste olor de aquello que se nos pudrió en este país desde hace muchos años y los gobiernos en turno se han dedicado a quemarle incienso para ocultar el olor de su propia incapacidad… En fin, dentro de unas bolsas negras se encontraba un angelito de cinco años, Fernandito; desfigurado por la brutal golpiza que le propinaron, deshecho del cráneo por los golpes con un martillo, ni su tío pudo reconocerlo.
Dos mujeres y un hombre son los ¿presuntos? asesinos, pero antes, dichas personas lo habrían secuestrado a manera de moneda de cambio, solo hasta que la mamá de Fernando les pagase mil pesos.
Mil pesos fue lo que costó el sufrimiento y muerte de este niño, mil pesos es en lo que se tasa la maldita indolencia de imbéciles con charola policíaca que, por sus santísimas amígdalas, decidieron no actuar cuando Fernandito aún tenía vida y podría haber sido rescatado. Mil pesos es lo que significa para una madre el haber perdido a su hijo gracias a la maldita pobreza, esa que en sexenios anteriores convirtieron en mitos geniales, en malditos números que dicen atacar, que hacen suyos en discursos mientras se pasean en Japón y justifican con una simple y básica carta. Y ahora, en estos tiempos, el “pagaré” es la vida de un niño.
Pero alto, ¡alto!, ¿y qué pasará con los que deberían haber actuado en el momento de la denuncia? ¿Qué cuentas se le deben pedir a la Fiscalía mexiquense?
El primer muro de contacto son los cuerpos policiacos y en este caso fallaron. Algunos elementos de la municipal son también responsables de la muerte de Fernandito, pues si los vecinos los alertaron no hay excusa que justifique su inacción. Perdón que insista: pero cualquier persona que escucha por horas y días el llanto de un niño o niña y es notoria su tortura haría la denuncia inmediatamente.
Una penosa comparación sería con la capacidad de respuesta que se tiene por parte de la sociedad civil y autoridades cuando de un perro amarrado y golpeado se trata. Ahí sí las redes sociales estallan en reclamos y se da la pronta acción policiaca… Fernandito no tuvo una sola oportunidad, murió ejecutado, con hambre, con sed y bajo el signo funesto de haber nacido pobre, con una mamá pobre. Su vida por unos miserables mil pesos, el fin de su existencia debido a que no hubo un solo adulto, policía o agente de la fiscalía que lo defendiese. Y créalo, si Fernandito hubiese sido un niño proveniente de una familia poderosa, con apellidos ensamblados en las esferas de los ricos, le puedo firmar que tendríamos marchas en Paseo de la Reforma o Paseo Tollocan exigiendo justicia, pero al ser Fernandito un niño que nació en la miseria, solo le alcanza para ser parte de la numeralia de esos muertos que nadie más recordará.
Pero el dolor de saber que esto ocurrió y que potencialmente seguirá ocurriendo, pues chapoteamos en un sistema que sangra por la indolencia y la corrupción, nos debe llevar a lo siguiente: ¿Es el momento de debatir qué tipo de castigo merecen quienes asesinan de esta manera a un niño? Sabemos que la potestad sobre la vida o la muerte la tomaron los grupos criminales, pero ¿qué hay de esa justicia que nos dice que una cárcel bastará para que paguen sus delitos? ¿La cárcel para los asesinos revivirá a Fernandito? Nunca. Y como nunca, urge que se incorpore a escena la urgente necesidad de replantear el modelo de las fiscalías, que en el caso mexiquense reflejan una estructura podrida, dañada por la corrupción. Y de los policías municipales, ni hablar, son el último eslabón de un aparato burocrático inservible para la sociedad. Y no es nuevo, son así desde hace muchas administraciones, cuerpos mezclados con el crimen organizado y un peligro para los ciudadanos… El caso de Fernandito lo corrobora.