
La guerra en Gaza
Cuando un gobierno decide enfrentar de forma frontal al crimen organizado y al narcotráfico, no solo está tomando una postura firme en favor del Estado de derecho, también se está adentrando en un terreno peligroso, donde las reglas no las dicta la ley, sino la violencia. La reciente noticia del asesinato de dos colaboradores cercanos a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México debe ser leída como una advertencia clara: imponer orden en territorios donde el crimen ha echado raíces profundas tiene un costo, y a veces, ese costo es la vida.
México ha vivido durante décadas bajo la sombra del crimen organizado. No es novedad que las redes del narcotráfico no solo han penetrado comunidades enteras, sino también estructuras gubernamentales, cuerpos policiacos y hasta ámbitos empresariales.
La estrategia de “abrazos, no balazos” del gobierno anterior, sólo acrecentó el número, la presencia y el control que ya, tenía desde décadas atrás, la delincuencia organizada en amplios territorios de nuestro país. Quitar y desterrar ese control conlleva el riesgo de una respuesta violenta.
Se debe reconocer que el gobierno que encabeza a nivel federal Claudia Sheibaum está poniendo orden y corrigiendo errores en varios ámbitos de la vida pública; uno de ellos es la permisividad que se dio a los grupos delincuenciales.
Sin embargo, cuando un gobierno intenta recuperar el control de estos espacios, lo hace sabiendo que está pisando los intereses de estructuras paralelas de poder, que responderán con lo único que conocen: la intimidación y la violencia.
Poner orden no sólo es hacerlo hacia afuera, sino también en la correcta limitación de las responsabilidades que tiene asignadas cada una de las dependencias del gobierno federal. Los cambios son silenciosos, sin aspavientos, pero certeros y decisivos, por eso hoy las actividades sobre seguridad las está coordinando un gabinete que encabeza el Secretario de Seguridad de Seguridad Ciudadana y el ejército está pasando a lo que siempre debió ser su principal actividad: apoyo, contensión y respuesta sólo en caso necesario.
Durante el gobierno anterior se entregó a la Secretaría de la Defensa Nacional un cúmulo de actividades que aumentaron el control sobre miles de millones de pesos del erario público: construcción de obras faraónicas que no han otorgado beneficio alguno; adminstración de puertos aereos, marítimos y de ferrocarril; encargo de la seguridad a través de la Guardia Nacional, que nunca tuvo ni control ni orden en su estructura, hasta ahora.
Pero también se le cedió al ejército mexicano una de las tareas más importantes que sirve para asegurar el cumplimiento de las leyes y regulaciones al ingresar y salir mercancías del país, garantizando la recaudación de impuestos, la protección de la economía y la seguridad nacional: el control de 20 aduanas fronterizas. Con esta responsabilidad, el ejército tenía el manejo y control de las aduanas donde se deja o impide el paso de cualquier tipo de mercancía. El gobierno de Claudia Sheimbaum parece que no está de acuerdo en todo ello y poco a poco va colocando a cada quien en su lugar. Pero eso tiene un costo.
Los recientes homicidios no son hechos aislados ni delitos comunes. Son mensajes. Mensajes que buscan sembrar miedo, frenar investigaciones, desestabilizar decisiones políticas, y recordar quiénes creen tener el verdadero control en ciertas zonas.
Sin embargo, rendirse no es opción. Si algo ha demostrado la historia reciente de nuestro país es que la tibieza y la omisión solo fortalecen a los grupos criminales y a grupos enquistados en el poder.
Poner orden duele, sí. Cuesta, también. Pero es el único camino para aspirar a un futuro donde los ciudadanos puedan vivir sin miedo y donde la ley tenga más peso que la amenaza.
La muerte de estos dos colaboradores es una tragedia, pero también debe ser una señal de que se está tocando una fibra sensible. La respuesta del Estado, lejos de ser de repliegue, debe ser de firmeza: más inteligencia, más protección a quienes están en la primera línea, más respaldo institucional.
Poner orden en México es un acto de valentía. Pero esa valentía necesita ser colectiva, respaldada por un Estado sólido y por una ciudadanía que no ceda al miedo. Porque solo entonces, los sacrificios no habrán sido en vano. Algo se le debe de reconocer al gobierno federal actual: se está arriesgando a instaurar ese orden.