
Abro Hilo: cayeron redonditos
Hace algunos años, no importa mucho en qué parte del país, en un cruce peligroso se descompuso un semáforo. Pasado un par de días y preocupados por la situación se fue a la instancia pertinente a solicitar la reparación de este. En la dependencia solicitaron un escrito. Ese mismo día se presentó. Pasó una semana, se insistió en la oficina gubernamental de modo presencial y luego con más escritos. Transcurridos 15 días, cansados de la ineficacia de las solicitudes decidimos bloquear el cruce. A la media hora estaba un funcionario atendiendo la propuesta y unas pocas horas después la señal de tránsito había sido reparada.
La enseñanza tras este suceso, según concluyeron algunos vecinos, es si pides las cosas bien no pasa nada, si causas cierto alboroto te resuelven. Esa realidad explica, sé que no es la única causa, que se multipliquen las protestas y marchas. Parece que la experiencia generalizada es que así es más fácil atraer la atención del gobernante en turno.
Una vez aprendido ese camino, algunos eligen ahorrarse las peticiones escritas y las antesalas en las oficinas de los funcionarios y se opta por caminos que han mostrado ser más expeditos. Conforme se van normalizando las protestas y marchas éstas dejan de tener la eficacia primigenia. Algunos grupos prefieren escalar la intensidad de sus modos de llamar la atención y encuentran una ruta para ir arrancando de los gobiernos prerrogativas, recursos o la solución a sus demandas.
Inadvertidamente las marchas se vuelven un modo ordinario de negociar lo que sea. El mucho protestar va provocando una escalada inconsciente y la necesidad de volver memorable la visibilización de la molestia. De ese modo aparecen otros desmanes: violencia, quemas, vandalismo. Si el resultado sigue siendo la obtención de las demandas el camino será repetido muchas veces, tantas como dé resultado, tantas como siga siendo rentable política y económicamente.
Ante esto ¿qué puede hacerse? Replantear la estrategia. Ir a las causas, trabajar más de cerca en las comunidades afectadas. Lograr que el modo de conseguir mejoras y cambiar historias provenga de otras estrategias que desvirtúen la marchas y protestas.
No puede tratarse de la misma manera a quien piden las cosas conforme a derecho o a quien violenta el mismo para reclamar lo que llama justo. Es necesario sensibilizar a los gobiernos para atender al ciudadano porque merece ser atendido y no porque causa un problema o provoca un dolor de cabeza.
La escucha activa y atenta es el arma más poderosa para resolver muchos problemas. Junto con el oído presto para quien pide lo que le corresponde hace falta también firmeza para no caer en los chantajes de quienes han encontrado en la protesta permanente el camino más eficaz para doblegar la voluntad del gobierno y seguir obteniendo más prebendas.
La tarea del gobierno es ir a la gente, no esperar a que la gente les grite que necesitan ser atendidos. Hace falta una voluntad de servicio, una preocupación más genuina por atender la vulnerabilidad, remediar la injusticia, generar caminos de bonanza para todos y no solamente para quienes disponen de tiempo y recursos para hacer de la protesta su agenda y su única arma política.