
Abro Hilo: Golpe al corazón del IMSS…
Esa bendita y ya casi ritual costumbre moderna de los políticos mexicanos de retratarse comiendo tacos…
¿Cuántas veces en tus redes sociales o en los medios de comunicación has topado con fotografías de nuestros políticos en pleno acto culinario? Seguramente, incontables veces, ¿verdad?
Se les ve, con asombrosa frecuencia, en algún humilde changarro, degustando sus «sagrados alimentos». Quizás, entre varias tomas, alguien de su equipo sostiene el teléfono, buscando el ángulo perfecto para esa foto o video que los muestre en su mejor sonrisa, hincando el diente con entusiasmo. (En la época de tamales y rosca de reyes estas fotos son un asunto obligado). Inmediatamente después, la imagen inunda sus boletines de prensa y sus perfiles digitales, bajo la ingenua creencia de que exponer sus preferencias gastronómicas es una parte fundamental de su labor política.
Esas instantáneas, sin importar el partido o el nivel jerárquico del político —desde un regidor hasta un gobernador—, comparten características reveladoras. Para empezar, son invariablemente tomadas en establecimientos sencillos: manteles de plástico, mesas en la calle, y una que otra mosca volando libremente. Nunca se les ve en los restaurantes de lujo que, sabemos, suelen frecuentar. Casi siempre, los platillos llevan tortilla, como si la masa fuera el estandarte de su mexicanidad; si hay salsa o chiles a la vista, el toque «auténtico» es aún más marcado. Y, por último, en este burdo intento de «ser pueblo», todos y cada uno de ellos transmiten solo la miseria de un pensamiento que subestima la verdadera importancia de su labor y lo que el pueblo realmente necesita. Camuflajeándose como gente de a pie, nos informan —con una forzada naturalidad— que trabajan para nosotros, todo esto bajo la mirada a menudo incómoda de los demás comensales y del siempre amable dependiente.
Otro episodio que, incluso, raya en la sorna es el de los abrazos. Con una humildad casi forzada, cual Teresa de Calcuta, posan junto a los necesitados. Con sus perfumadas camisas y zapatos lustrosos, montan una sesión fotográfica en alguna colonia popular o una alejada ranchería, (si hay charcos y calles de tierra, mejor) extendiendo sus brazos generosos al «pueblo bueno», ancianos, mujeres y especialmente niños posan para la foto (son la escenografía perfecta). Recuerdo con claridad el caso de una política que publicó fotos de su «apoyo» a jóvenes limpiaparabrisas: el gesto consistió en regalarles un jalador de agua y una cubeta pequeña para mejorar su trabajo. Ella, evidentemente orgullosa de su «gran labor», asumió que su función no era legislar y nos presumió su «gestión» en sendas fotografías.
No es el único ejemplo de esta teatralidad. También viene a nuestra memoria la recurrente escena de políticos que, al percibir la cámara, ocultan apresuradamente sus lujosos relojes, reemplazándolos con piezas más discretas para no delatar su predilección por la opulencia.
Ejemplos como estos abundan, y todos son resultado de la vanidad que parece envolver a nuestros políticos. Desviados de su verdadera labor, e influenciados por la burbuja de su propio círculo, pierden la noción de la realidad. Asumen que, a nosotros, a quienes representan, nos interesa atestiguar sus hábitos alimenticios, apreciar su alma caritativa y, sobre todo, que nos quieren transmitir su valor intrínseco como personas, para que merezcan seguir ocupando las posiciones que ostentan, aunque sus acciones en el fondo demuestren lo contrario.
Quizás en el pasado los políticos también recurrían a estas puestas en escena, pero hoy, gracias al acceso generalizado a los medios de comunicación y a la vasta información disponible, estas imágenes alcanzan a muchísimas más personas. Y ante la palpable falta de acciones claras y de trabajo sustantivo que promover, parece que lo más fácil es… pues, promover sus comidas.
La verdadera labor de un político, en cualquier nivel, es servir al pueblo. Es, ante todo, un representante popular, un servidor público. Y la toma de decisiones que afectan a la sociedad, la generación y ejecución de política pública, el control y la administración eficiente de los recursos, dista abismalmente de lo que ellos transmiten en sus redes sociales y comunicados.
La política debe profesionalizarse. Los funcionarios deben servir al pueblo de acuerdo con la esencia de su función. Deben entender que son empleados de la comunidad y que los recursos que reciben y administran provienen, íntegramente, de los impuestos de los ciudadanos. No nos interesa verlos devorar pozole, carnitas, flautas o pambazos; o dar abrazos a viejitos, niños y perros; lo que realmente anhelamos y exigimos es que cumplan con su labor.