
Aceleran lluvias recuperación del Cutzamala y aumentan reservas
Reza el proverbio de la izquierda que la historia de las sociedades hasta nuestros días ha sido la lucha de clases. Sin embargo, también es posible afirmar que la historia de la humanidad ha sido, en gran medida, la historia de la guerra. En pleno siglo XXI, y tras haber llegado a una idea compartida de progreso durante la modernidad, la guerra sigue siendo el medio mediante el cual se intentan resolver los conflictos. Considero que, en el fondo, estos enfrentamientos están profundamente vinculados a la lucha por los recursos.
Esto nos lleva necesariamente a una reflexión profunda sobre los principios que deberían guiar a una sociedad global en torno al uso y distribución de los recursos del planeta. El modelo capitalista ha fomentado una explotación desmedida de los recursos naturales, así como la competencia entre las potencias por acapararlos. Es por esta razón que hoy en día resulta cada vez más común observar conflictos bélicos asociados al extractivismo y a la disputa por los derivados del petróleo.
Un primer paso es preguntarnos si el ritmo actual de explotación es verdaderamente compatible con las necesidades reales de la población mundial, o si estos recursos se han transformado en capital concentrado en manos de una minoría.
Si, como demuestran los datos disponibles, la explotación de recursos ha derivado en la acumulación de capital ocioso, es urgente hacer una pausa y repensar nuestras formas de relacionarnos social y económicamente. Necesitamos construir un nuevo esquema que permita una distribución más equitativa de los recursos, con el fin de disminuir la presión sobre el medio ambiente.
Me parece que esta es la única vía para reducir los conflictos derivados del acaparamiento de los recursos. Debemos comprender que la acumulación en pocas manos es la raíz de muchos enfrentamientos que, cada vez más, encuentran su desenlace en la guerra.
No podemos perder de vista que estos conflictos no son solo disputas entre gobiernos o potencias, sino que impactan directamente en la vida de millones de personas. Las guerras, alimentadas por un sistema capitalista que devora sin medir consecuencias, terminan por dejar territorios devastados, cuerpos vulnerados y derechos humanos brutalmente violados.
Son las mujeres, las infancias, las personas desplazadas y empobrecidas quienes enfrentan las peores consecuencias de estos enfrentamientos. Por eso, es urgente colocar en el centro de cualquier análisis y acción la perspectiva de género y el enfoque de derechos humanos. No se trata solo de hablar de geopolítica o economía, sino de reconocer que detrás de cada recurso en disputa, hay vidas que merecen dignidad, justicia y paz. La humanidad no puede seguir normalizando la guerra como forma de orden, ni el despojo como motor del sistema.
Quiero concluir subrayando que el conflicto bélico debe ser sustituido no solo por una nueva relación con el planeta, sino también por la diplomacia, la cual representa la mejor vía para resolver y negociar las tensiones derivadas de la desigual distribución de los recursos. Han sido numerosos los esfuerzos de la sociedad global por establecer acuerdos que beneficien a todas las naciones mediante el comercio justo. Por ello, debemos seguir privilegiando el diálogo como mecanismo para aliviar las tensiones internacionales.
¡Que la paz y la fraternidad persistan en nuestro mundo!