Balazos en el pie
En su conferencia mañanera, el presidente quiso desviar el punto central de la renuncia de Carlos Urzúa a la Secretaría de Hacienda como un asunto de problemas personales con Alfonso Romo, la titular del SAT y el director de Nafin. No fue así.
La renuncia de Urzúa apunta al corazón de las fallas del gobierno de López Obrador: decisiones de políticas públicas sin sustento.
Y, además, nombramientos de personas sin conocimientos hechas al calor del influyentismo y el conflicto de interés.
La patraña del vino nuevo y las botellas viejas no pasa la prueba de los hechos. Es un recurso retórico para minimizar el punto sustancial: su secretario de Hacienda le renunció porque el país va mal y no hay intención de corregir.
El golpe que le mandó López Obrador a Carlos Urzúa al decir que no entendía el cambio, también es cuento.
Arturo Herrera lo primero que dijo como encargado del despacho de Hacienda fue que habría continuidad y que “no habrá cambios en política hacendaria ni fiscal”.
Entonces, ¿dónde está el cambio de fondo entre Herrera y Urzúa?
¿Por qué dice AMLO que las ideas del renunciado se parecían a las de Carstens y Meade?
Hasta ahora la única diferencia entre Urzúa y Herrera es que el nuevo secretario de Hacienda le dirá en todo que sí al presidente de la República, que de economía no sabe nada ni es su obligación saber.
Ahí está el peligro: que la economía se maneje “desde Los Pinos”, como en su momento dijo Echeverría, o desde la silla presidencial, como da a entender ahora López Obrador.
Urzúa se fue por cumplir con su trabajo. Parte del trabajo de un secretario de Hacienda es decirle que no al presidente de la República.
Los presidentes, como es obvio, quieren gastar y gastar en obras y proyectos, pero el secretario de Hacienda le debe recordar que los recursos son limitados y que no conviene invertir en lo que no tiene viabilidad financiera.
Ese fue el problema de Urzúa: le dijo que no en reiteradas ocasiones a López Obrador, como si estuviera ante un presidente que entiende razones diferentes a las suyas.
Desde hace décadas lo sabemos: a AMLO no se le puede contradecir, porque cree tener la verdad absoluta, aún en temas que desconoce, como economía y energía.
Los problemas centrales entre Urzúa y López Obrador fueron por los que el ex titular de Hacienda consideraba peligrosos desatinos en la Comisión Federal de Electricidad y en la Secretaría de Energía.
Urzúa consideraba un peligro la manera en que Manuel Bartlett maneja la CFE.
Consideró un error sumamente riesgoso la impugnación de los contratos de gasoductos con empresas nacionales y extranjeras, que ya estaban terminados o a punto de concluir.
Eso no le gustó al presidente y le dio la razón a Bartlett.
Urzúa le decía que no era conveniente arrancar el proyecto de la refinería de Dos Bocas por su escasa viabilidad, y porque esa obra sería castigada por las calificadoras, que esperan inversión para producir más crudo y no gasolinas dentro de varios años.
López Obrador le dio la razón a Rocío Nahle y siguió adelante con el proyecto, contra la opinión de su secretario de Hacienda y de los expertos en la materia.
Y como publicamos ayer en este espacio, entre el domingo y el lunes algo ocurrió entre Carlos Urzúa y el presidente que precipitó la renuncia del titular de Hacienda.
Hubo dos gotas que derramaron el vaso, y desde luego que algún día se sabrá.
¿Tienen relación con los “personajes influyentes” y sus “patentes conflictos de interés”, como dijo Urzúa en su carta de renuncia?
Lo que sea, se va a saber.
Por la gravedad del tema, el presidente intentó ayer desviar el núcleo de la renuncia hacia asuntos personales. No es por ahí.
El problema con Romo por supuesto que existió, derivado del control de la banca de desarrollo, que por ley le corresponde a Hacienda.
Ayer mismo, en entrevista con Joaquín López-Dóriga, el nuevo titular de Hacienda dijo que no había dudas de a quién correspondía el manejo de la banca de desarrollo: a él.
Pero ese gaje del oficio en el estira y afloja de los funcionarios públicos no es motivo para presentar una renuncia a la Secretaría de Hacienda.
Urzúa no se fue por eso, sino porque el gobierno va mal y no hay voluntad presidencial para corregir: decisiones sin sustento en políticas públicas, y conflictos de interés de influyentes personajes de la 4T.