Balazos en el pie
Fiel a su costumbre de no admitir errores, López Obrador volvió a etiquetar de “provocador” al padre de uno de los normalistas asesinados en Iguala, que lo encaró en Nueva York.
Durante la conferencia de prensa ofrecida ayer en Washington, insistió en atacarlo.
En su momento, Peña Nieto se reunió por más de seis horas con los padres de los desaparecidos, en Los Pinos, después de la tragedia.
Lo acusaron de todo y no los llamó “provocadores”.
En su sexenio, Felipe Calderón se reunió en el Castillo de Chapultepec con los más acérrimos opositores de su política de seguridad pública que lo criticaron sin cortapisas, y no los llamó provocadores.
AMLO, que ni siquiera es presidente, no pudo soportar el cuestionamiento de un solo padre de un desaparecido que lo cuestionaba.
“¡Cállate!”, le dijo. “Eres un provocador”.
Él es íntegro, y el que lo dude que se calle.
El punto va más allá de reconocer un error y ofrecer disculpas –como haría casi cualquier persona sensata-, pues AMLO debe, desde hace tiempo, una explicación por sus vínculos con los secuestradores y asesinos de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Lejos está aquel domingo 26 de octubre de 2014, cuando en un mitin de López Obrador en el Zócalo capitalino pasaron lista a los 43 y culparon al Estado de su desaparición.
Construyeron toda una leyenda con el argumento de que “fue el Estado”.
Pero los hechos, como pudo comprobar AMLO en Nueva York, a veces se imponen a las falacias.
Cuando el padre de Antonio Tizapa Legideño le preguntó en Nueva York por sus vínculos con los secuestradores de su hijo, López Obrador debió recordar la plaza de Iguala del día 12 de mayo de 2012.
Ahí los asistentes le increpaban por su apoyo a la candidatura de José Luis Abarca, quien con su esposa María de los Ángeles Pineda compartía el templete con AMLO.
Pidió apoyarlo. Y cuando iba de regreso a su camioneta, se le acercaron dos perredistas que le entregaron un documento con las ligas de Abarca y su mujer con el crimen organizado y el lavado de dinero. Ellos eran Óscar Díaz Bello (diputado local) y Justino Carvajal Salgado (síndico de Iguala).
López Obrador mantuvo su respaldo a Abarca, quien fue impuesto por su jefe político, Lázaro Mazón, coordinador de Morena en Guerrero y secretario de Salud de Ángel Aguirre.
Meses después Justino Carvajal fue asesinado. Lo mataron por oponerse al grupo criminal Guerreros Unidos, según declaró su hermano Saúl Carvajal.
Como se sabe, Guerreros Unidos es la banda asesina formada por los hermanos de María de los Ángeles Pineda, escindidos del cártel de los Beltrán Leyva.
Y el asesinato de Justino Carvajal Salgado –el que le entregó a AMLO los documentos con las ligas criminales de su candidato Abarca-, es uno de los homicidios por los cuales la PGR consignó a José Luis Abarca.
¿Nada qué aclarar tiene López Obrador?
¿Ni siquiera al padre de uno de los 43 secuestrados y asesinados por Abarca y su brazo criminal de Guerreros Unidos en Iguala?
“¿¡Cállate!?” “¿Provocador?”.
Nadie dice que López Obrador sea el culpable de ese crimen horroroso, pero tiene una responsabilidad política por haberse aliado al grupo asesino de los normalistas.
Lo menos que podría hacer es dar una explicación, ofrecer una disculpa por lo que a él corresponde. Y no, no lo hizo.