La Polémica | Las traiciones del alcalde de Zinacantepec
Al llegar un fin de año, es inevitable pensar en que el tiempo es relativo, pero que inevitablemente sucede. Ya ni sirve hacer un recuento de lo que pasó ni de lo que vendrá, literalmente: nadie podrá quitarte lo que no ha sucedido. Y bueno, pasar de un año a otro es también cruzar una frontera en el inconsciente colectivo de la humanidad, que, como en cualquier época no sabe a dónde va, sencillamente trata de sobrevivir en el peor de los casos y en el mejor, de vivir.
En este sentido, todo se trata de cruzar fronteras, de transgredir reinos, de hacer volar los peajes, que son una de las grandes aberraciones del sistema neoliberal, pagar por cruzar por el propio territorio, por un supuesto servicio, como si esto hubiera beneficiado a la población.
Te enseñan que no debes discriminar, pero el sistema pone fronteras: hay personas atrincheradas por ideas rectas, por la correcta religión, por la derecha muerte. La aplicación de la ley pone sus fronteras de acuerdo al color del dinero, se compran y venden contratos o puestos al mejor “pastor”, y para una manada de corderos babeantes sólo les queda el matadero.
Las promesas de un sistema corrupto, son la densa frontera, un exilio, un desierto de demagogias, para el mañana de un pueblo que nunca despertará y seguirá cultivando su miserable fe con las manos vacías y la esperanza en los “otros”, no en sus propios actos: hay una inmensa frontera entre la decisión, las ganas y la voluntad, ¿verdad manito Schopenhauer?
Yo quiero en mi vida la entrega sin fronteras, lo que sé hacer y pensar y decir sin límites, salvo las proporciones que te da la ética y la belleza del ser, que por otra parte no tienen más fronteras que la realización humanamente personal.
Por eso me quedo con la acción que cruza las fronteras, con el planeta tierra, que como Pachamama y tierra es una sola, me quedo con los abrazos que rompen idiomas y fronteras mentales, me quedo con los besos y sus innumerables e inagotables posibilidades de ser nuevos, me quedo con el vino que no tiene fronteras y con la alegría que cruza con sus ángeles por todas las pieles cumpliéndose en deseos sembrados, para seguir siendo pasiones vivas, centelleantes, luminosas, bajo cualquier clima o latitud.
Me quedo con la pedrada que rompa la frontera, el vidrio de la linterna mágica de los tontos que es la televisión, porque los enemigos de la conciencia son esos que levantan los muros del miedo. Romper las fronteras es aprender a dar y darse, en eso consiste la felicidad, a la muerte sólo nos llevaremos, lo único que no se puede perder en un naufragio: el ser.
Me quedo con el soñar con los ojos abiertos, con el pan cuyo tamaño, desde un plato, le pertenezca a la humanidad; con una paz sin las fronteras de la moral de conveniencia; aunque sea gastado y no menos cierto, me quedo con el amor sin fronteras, sin prejuicios, sin perdón y sin olvido.(P.S.A.)