Balazos en el pie
Quienes tienen la fortuna de tener hermanos pueden estar de acuerdo con que son una bendición, ya que nadie como ellos conocen tu historia de vida, te comprenden, te cuidan, te protegen, te apoyan y ¿por qué no? hasta de vez en cuando te hacen el paro para una que otra travesura cuando fuiste niño.
Esto es el ideal de la función de un hermano, pero ¿qué sucede cuando en lugar de sentir el apoyo y admiración por parte de él, se convierte en tu gran enemigo? Suena fuerte, pero en algunos casos, lamentablemente así sucede.
Como ya lo he referido en artículos anteriores, durante la infancia se cultivan los aprendizajes más importantes, uno de ellos es el amar y respetar o rechazar y odiar a los hermanos, pero ¿por qué sucede esto? En algunas ocasiones, cuando los niños van compartiendo sus espacios y cosas con la llegada de los hermanitos, ciertos padres no se percatan de cómo es que se percibe la llegada de otro hermano. Sobre todo cuando el primogénito ha estado ocupando este lugar durante algunos años y en ese tiempo ha sido el dueño y señor de la atención de sus padres.
También se da el caso, que conforme los hijos van creciendo, no se saben manejar las diferencias que existen entre uno y otro, ya sea que uno se va distinguiendo porque es más sociable, más carismático, más inteligente y no se diga cuando las diferencias claramente se pueden observar en la apariencia física. A veces uno es más gordito que el otro, o más alto o hasta más agraciado, pero ¿quién marca estas diferencias?
Regularmente son los padres quienes comienzan a hacer hincapié en los contrastes de sus hijos. Por ejemplo, si uno de los hijos es más morenito que el otro, tienen el mal tino de comenzar a apodarlo “negrito”, y sin darse cuenta van construyendo en este hijo la idea de que efectivamente lo es, algunas veces no es tan relevante para el hijo, siempre y cuando tenga una autoestima alta, pero si por el contrario el hijo cada vez que le dicen “negrito” lo percibe como algo ofensivo, el daño que se le ocasiona puede ser irreversible.
Si a lo anterior, se aúna que el hermano es más “blanquito”, tiene más “pegue” con las niñas, sobresale en algunas actividades y peor aún los padres se la pasan comentándolo y repitiendo a diestra y siniestra los logros de ese hijo, lo único que están ocasionando es que comience una rivalidad entre sus hijos, con consecuencias, a veces irreparables.
Se ha llegado a tal grado, que cuando estos hijos crecen, no se toleran y ni hablar de que se apoyen, hasta llegar a veces a la agresión entre ellos.
Pero también existe lo contrario, hay casos en los que por no hacer distinciones entre los hermanos, por ejemplo, si los padres compran un dulce para uno le compran también al otro, hasta aquí está bien, estamos hablando de equidad, pero ha sucedido que incluso el día del cumpleaños de uno, también hacen regalos al otro, esta actitud de exagerada equidad no les permite a los hermanos diferenciar hasta dónde llegan los límites de respeto por el otro, en ocasiones, lo que se fomenta con ello es que uno y otro esperen que siempre deben tener lo mismo, a tal grado que algunos han sufrido el querer el mismo objetivo, y cuando no lo logran, hacen todo lo posible por alcanzarlo también, habiendo casos en los que está en juego la novia, el puesto y más.
Enseñar a los hijos el respeto por la identidad, espacios y lo que lo diferencia de sus hermanos, de manera constructiva, les permitirá tanto a los padres como a los hijos, descubrir sus propias cualidades, haciendo personas seguras de sí mismas y sobre todo interesadas por cultivar el privilegio de tener a uno o más hermanos.
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