Una visión entre lo urbano y lo rural
La otra cara del #QuédateEnCasa
Mientras la pandemia del Covid 19 se extendió en el mundo, junto a ella se desarrollaba otra pandemia en nuestro país; nos confinamos a nuestros hogares para evitar el contagio, la mayoría de las empresas tuvieron que enviar a sus trabajadores a sus casas, las escuelas en su totalidad cerraron, se desató un clima de angustia que muy pronto llegó a desesperación, y es que el encierro no solo nos provocó la preocupación por la salud y por lo económico, sino que también desató la otra pandemia, la de la violencia contra las mujeres.
Las cifras sobre denuncias contra agresores aumentaron, las llamadas a LOCATEL y al 911 no cesaron, en parte por mujeres que querían ser atendidas por la depresión que les causaba el encierro, así como tener que atender a sus hijas e hijos, y buscar como entretenerlos pues muchas familias no cuentan con espacio en sus casas o departamentos, mucho menos tienen casas de descanso para haber sobrepasado el confinamiento de forma holgada; también llamaban por denuncias de violencia, agresiones verbales, físicas y hasta violaciones, eso sí, muchas eran llamadas anónimas, y es que cuando el agresor vive bajo el mismo techo, mejor será que no se entere que la víctima busca ayuda.
Mientras la economía se hacía añicos en nuestro país, mientras la mayoría de personas desayunaban, comían y cenaban noticias sobre el COVID-19, comúnmente llamado coronavirus, muchas mujeres no dejaban de temblar cuando amanecía, habían pasado una noche de perros, algunas forzadas a tener sexo (violadas), otras más golpeadas solo porque algo en la comida no salió bien, o simplemente porque a su agresor se le antojaba. ¿Y qué decir de las niñas y los niños? Lo presenciaban todo, pues como ya he dicho, muchas casas no tienen espacio suficiente para tener privacidad, todo se escucha y todo se ve.
La naturaleza de las niñas y niños es ser inquietos, dar lata como comúnmente decimos, ser activos, imaginativos y soñadores, así que ni hablar de lo aburridos que pudieron estar, de lo intensos que se pusieron y eso hizo que el estrés de la familia aumentara, tanto que los golpes no se hicieron esperar, las mamás por supuesto defendieron a capa y espada a sus pequeños, pero eso también les propinó severos golpes, finalmente nadie estaba a salvo.
Me compartió una de mis compañeras, que era el cumpleaños de su esposo, fue durante la semana santa, el dinero era muy escaso pues él es taxista y no quería salir a trabajar para no arriesgarse a ser contagiado y contagiar a su familia, además de que el pasaje bajó, entonces perdía más saliendo a trabajar que quedándose en casa, pues cuando salía, solamente ganaba para la gasolina, así las cosas cuando de pronto a ella se le ocurrió ocupar el dinero que había ganado vendiendo productos de belleza por catálogo, para hacerle una mariscada, pues sabía cuanto le gustaban a su esposo, y siendo su cumpleaños y viernes santo, ameritaba el gasto; cuando estuvo lista la comida, ella tuvo el desatino de invitar a sus compadres para compartir con el esposo, compraron cerveza, clamato, galletas saladas, salsas, en fin, todo un festín para agasajar al festejado, quien había estado todo el día descansando en el sillón viendo la TV.
Terminando la comida, y ya entrados en “ambiente”, el marido le hizo insinuaciones a mí compañera, para que intimaran, lo hizo frente al compadre y la comadre, ella, como supuso que era una broma, no quiso seguir el juego, pues la hacía sentir incómoda, al correr de los minutos, entre nalgadas y jalones, el marido estaba ya demasiado agresivo, lo que provocó que ella despidiera al compadre y la comadre y el festejo terminara, cuando ya todos se había ido y los niños se habían acostado, él le reclamó la supuesta falta de cariño, comenzó a insultarla y terminó golpeándola para después forzarla a acostarse con él.
Al día siguiente, cuando estaban haciendo cuentas para la comida, el saber que el dinero que ella tenía guardado, ya no existía, fue motivo suficiente para que la volviera a golpear.
Cuando mi compañera nos compartió a mí y a algunas amigas más lo que había sufrido, la orientamos para que recibiera atención, le recomendamos hiciera la denuncia por violación y lesiones, que fuera a LUNA del Instituto de las Mujeres, al Centro de Justicia para las Mujeres, y por supuesto le brindamos el apoyo para lo que ella decidiera hacer. Ella prefirió callar. Hoy en día sigue viviendo en el mismo lugar, con su agresor y sigue viviendo con miedo.
Las razones por las que una mujer violentada no hace denuncia, no se sale de su casa y no cambia su situación, son muchas, algunas veces no tienen una red de apoyo para hacerlo, algunas otras no cuentan con la solvencia económica para mantenerse y a sus hijas e hijos, si es que tienen, otras más no creen tener el valor de estar sin su agresor… todos son argumentos reales, validos y sobre todo, nadie puede obligar a quien es víctima a hacer lo que no quiere.
Ante esta intensa ola de agresión hacia las mujeres debido al confinamiento, ¿Cuáles son las alternativas que tienen? ¿Qué está haciendo verdaderamente el gobierno para ayudarlas? ¿Qué tan efectivas son las políticas públicas que se plantean para resolver este tema? ¿Cúanto tiempo van a poder soportar?
Son preguntas que nos debemos hacer, son realidades que viven las mujeres todos los días en su entorno familiar, un entorno que se supone debería ser seguro.
En nuestras manos también está el poder ayudar, hagámoslo brindando información, extendamos la mano, canalicemos a instituciones, abramos las puertas de nuestra casa, apoyemos a quien podamos ayudar, porque mientras va lentamente disminuyendo la pandemia del COVID-19 en nuestro país, esta otra pandemia, la de la violencia hacia las mujeres, parece no tener fin.