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La historia tiene una peculiar manera de repetirse y mostrarnos las sombras que, a pesar de los esfuerzos por ocultarlas, persisten en instituciones que deberían ser faros de luz para nuestros jóvenes. La Escuela Normal Rural de Tenería, en Tenancingo, Estado de México, es una de las que insisten en convertirse en el epicentro de una realidad que oscurece al sistema educativo mexiquense.
Recientes revelaciones sobre la aplicación de los propedéuticos en esta escuela evocan un sombrío déjà vu: la violación sistemática de los derechos humanos de los estudiantes.
Y no se trata de un eco del pasado lejano, sino de una llamada urgente desde el presente que requiere atención y acciones inmediatas; me gustaría decir que para evitar una tragedia, pero esa ya tocó a la puerta el 12 de julio pasado, con la muerte violenta del alumno B.I.Z.R., presuntamente a manos de compañeros estudiantes.
Simplemente pareciera que no ocurrió nada, cuando ese homicidio debió haber encendido una alarma que no puede ser ignorada. Los testimonios sobre los abusos y las condiciones inhumanas que enfrentan los aspirantes y los recién ingresados nos muestran un cuadro desolador, que no soporta actitudes impávidas de las autoridades educativas.
Lejos de ser un refugio para la formación, la Escuela Normal Rural de Tenería parece haberse convertido en un universo donde el tiempo se detiene en un ciclo de humillación y tormento para quienes ponen un pie ahí.
Las prácticas denunciadas, ayer, hoy y mañana, son un triste recordatorio de las tradiciones distorsionadas.
En esos testimonios, los aspirantes son privados de comida, descanso y dignidad, además de sometidos a interminables horas de espera y tortura física. La «tradición» de los propedéuticos no es un rito de paso, sino una pesadilla diaria.
La incongruencia de permitir que estos abusos continúen bajo la justificación de una especie de «novatada» refleja una profunda disfunción en la administración y en la percepción de la autoridad; más allá de las vejaciones físicas, los señalamientos sobre los exámenes políticos para «lavar el cerebro» con ideologías socialistas agregan una capa adicional de controversia.
Tales influencias en un entorno académico deberían ser motivo de reflexión profunda, especialmente cuando se ejerce de manera coercitiva y sin respeto por la libertad individual.
Las peticiones para garantizar un ambiente sano, seguro y libre de violencia dentro de la escuela son justas y necesarias, pero más aún la demanda de una supervisión estricta por parte de las autoridades competentes, pues sin ese paso crucial jamás podrán restaurar la integridad de la institución.
En el reloj de la historia, cada minuto cuenta cuando se trata de los derechos humanos y el bienestar de los jóvenes que confían en sus instituciones educativas. La sociedad y las autoridades tienen la responsabilidad de actuar con determinación, sin que les tiemble la mano.
La paciencia es un lujo que no podemos permitirnos cuando se trata de la vida y el futuro de nuestros estudiantes; estos hechos en la Escuela Normal Rural de Tenería no son un problema local, son el reflejo de una disfunción que debe ser corregida para evitar que se repita en otros rincones del país.