Libros de ayer y hoy
Las consultas “al pueblo”, sin reglas ni importar que sólo vote el uno por ciento de los convocados, es un paso más al totalitarismo hacia el que nos deslizamos.
No importa la ley escrita. La ley que vale es la palabra del presidente.
Así se perfila el panorama al cual nos adentramos, todavía entre los algodones de las instituciones democráticas y una situación económica que no es desastre.
Pero esas instituciones van a ser copadas o anuladas por el nuevo gobierno y la economía dejará de ser el colchón en que descansamos mientras avanza, a paso de ganso, un totalitarismo que no queremos ver.
¿Cómo que va a haber consulta de revocación de mandato, esté o no aprobada en la ley?
Así lo dijo el presidente y no hay nada más que discutir. Eso no es democracia.
En dos años tendremos a López Obrador en campaña para ganar su ratificación en el cargo, y de paso hacer triunfar a Morena en todos los estados en la elección federal.
Apoyado, claro está, en los 22 millones de personas que estarán recibiendo estímulos económicos directos a manera de “programas sociales”.
Con la votación del uno por ciento del padrón se canceló el aeropuerto en Texcoco, por encima de la voluntad de los especialistas.
Pero ese era el deseo de López Obrador y así se hizo. Punto.
Con el 0.6 por ciento del padrón ganó el “sí” a la termoeléctrica en Huexca, Morelos, lo que es positivo. Pero ganó la opción afirmativa porque era la voluntad del presidente.
Le gustó la termoeléctrica, pero no el aeropuerto.
Estaba en litigio un proyecto minero en Baja California Sur, y decidió que no, que no se hacía, como si el presidente o “el pueblo bueno” tuvieran facultades sobre un manifiesto de impacto ambiental o los tribunales de amparo, los reglamentos y leyes que regulan las inversiones.
Lanzó una “consulta” en el sur para el Tren Maya y se aprobó sin que haya estudio de impacto ambiental ni proyecto Ejecutivo.
Su palabra es la ley. Y cada uno, tarde o temprano será víctima del totalitarismo presidencial.
Todo el poder en una persona, por encima de la ley.
Anunció que en unas cuantas semanas hará una “consulta” para ver si el pueblo quiere enjuiciar a los ex presidentes de la República.
Será un show fuera de la ley.
Circo y linchamiento.
Textual: “Que el pueblo diga, queremos enjuiciar a Salinas” por las privatizaciones.
“Queremos enjuiciar a Zedillo” por Fobaproa.
“Queremos enjuiciar a Fox” por traidor a la democracia.
“Queremos enjuiciar a Felipe Calderón porque convirtió al país en un cementerio”.
“Queremos enjuiciar a Peña por corrupción”.
Si hay pruebas que actúe. Y si no las hay, que se dedique a gobernar.
Juicios por voluntad popular, sin un soporte legal.
Así destruyen los totalitarios a las personas y a las instituciones democráticas.
Eso hizo el titular del Ejecutivo y su secretaria de la Función Pública -la misma que dijo “AMLO, el presidente, es el Estado”- con el director de la Comisión Reguladora de Energía, Guillermo García Alcocer, al que acusaron de conflicto de interés y pariente de lavadores de dinero, sin una sola prueba.
Destruyeron a García Alcocer con infamias.
Y cuando éste, abatido por el linchamiento público, fue con el presidente y en privado le ofreció su renuncia si ello era necesario, López Obrador lo exhibió.
Jugó con él, como el gato y el ratón.
Mientras eso sucede, ¿dónde está la Suprema Corte de Justicia?
¿Dónde está el Instituto Nacional Electoral?
¿Dónde está la Comisión Nacional de Derechos Humanos?
Se entiende que su misión no es buscar pleitos. Pero sí defender el estado de derecho.
Defender la legalidad en las elecciones y consultas, para que se hagan como mandata la Constitución.
Defender la honra de las personas abusadas por el Estado.
Si todos callan pensando que la maquinaria totalitaria puede avanzar y tomar impulso porque a ellos no les va a afectar, quizá se equivoquen y será tarde cuando se arrepientan.
Tal vez López Obrador no tenga aspiraciones totalitarias y el equivocado sea uno. Ojalá. Pero las señales que comienza a mandar apuntan hacia allá.
Sin equilibrios ni contrapesos, él y sus partidarios pasarán sobre cada uno de nosotros. A paso de ganso.